miércoles, 16 de febrero de 2011

Miranda



Miranda




Si historiador o cronista ha explicado el motivo de esa vergonzosa rendición del ejército patriota, no lo sé.

Sin batalla, sin derrota, seis mil valientes capaces de embestir con Jerjes bajan las armas ante enemigo menor en número, sin más capitán que un aventurero levantado, no por las virtudes militares, sino por la fortuna.

Miranda expió su falta con largos años de prisión, agonizando en un calabozo, donde no padeció mayor tormento que el no haber vuelto a tener noticia de su adorada Venezuela, hasta que rindió el espíritu en manos del único a quien es dado saber todas las cosas.

No era Bolívar el mayor de los oficiales cuando hubo para sí el mando del ejército; y con ser de los más jóvenes, principió a gobernarle como general envejecido en las cosas de la guerra.

 Hombre de juicio recto y voluntad soberana, aunque temblaran cielos y tierra sus órdenes habían de ser obedecidas.

En los ojos tenía el domador de la insolencia, pues verle airado era morirse el atrevido.

Estaba su corazón tomado de un fluido celestial, y no era mucho que su fuego saliese afuera ardiendo en la mirada y la palabra.

La fuerza física nada puede contra ese poder interno que obra sobre los demás por medios tan misteriosos como irresistibles.

Los hombres extraordinarios en los ojos tienen rayos con que alumbran   y animan, aterran y pulverizan.
…El general Páez habla de los ojos de Bolívar encareciendo el vigor de esa luz profunda, la viveza con que centellaban en ocasiones de exaltación.

Y si no, ¿por dónde había de verse el foco que arde en el pecho de ciertos hombres amasados de fuego y de inteligencia?

La medranía, la frialdad, la estupidez miran como la luna, y aun pudieran no tener ojos.

…Naturalezas bravías incapaces de avenirse al yugo de la obediencia, no eran los compañeros de Bolívar hombres que cooperaran a su obra con no desconcertarle sus planes; antes con la sedición dejaron muchas veces libre al enemiga, una vez recobrado, formidable.

Pero los atrevidos las habían con uno que daba fuerza al pensamiento, mostrando con los hechos la superioridad de su alma, y tenían que rendirse al genio apoyado por la fuerza.

Así fue como en lo mejor de la campaña quitó de por medio a un jefe tan valeroso como turbulento, tan útil por sus hazañas como embarazoso y dañino por sus pretensiones desmedidas.

Terrible, inexorable, manda el general pasar por las armas al león, y el invicto Piar entrega en manos de sus compañeros una vida, preciosa para la patria, ni menos apasionada.

Tras que este ejemplo de rigor era justo desagravio de la autoridad ofendida, no había otra manera de poner a raya los disparos de la ambición, la cual se sale de madre siempre que no se le opone sino el consejo y las caricias.

No en vano ciñe espada el príncipe, dice un gran averiguador de verdades: no en vano ciñe espada el caudillo de una revolución: libertad y anarquía son cosas muy diferentes.

Habían sacudido el yugo los fieros hijos de una tierra que no es buena para esclavos, y su ahínco se cifraba en irse cada uno con la corriente de su propia voluntad; cosa que hubiera traído el perderse la república, pues donde muchos mandan el orden viene mal servido, y la desobediencia vuelve inútiles los efectos del valor.

Si el más fuerte no los dominara con su poder olímpico, término llevaban de ser todos ellos dictadores.

En esto es superior el héroe americano a los grandes hombres antiguos y modernos; ninguno se ha visto en el duro trance de haber de rendir a sus compañeros de armas al tiempo que el enemigo común cerraba con unos y otros.
….

 Bolívar tuvo que sojuzgar a más de un Rolando; no eran otra cosa Bermúdez, Mariño, Ribas; tuvo que fusilar leones como Piar; tuvo que servirse de los mismos que no perdían ocasión de traer algún menoscabo a su prestigio, y para esto fue preciso que ese hombre abrigase en su pecho caudales inmensos de energía, fortaleza, constancia.

En pudiendo crecer su propia autoridad, pocos tenían cuenta con lo que debían a la patria; y si bien todos anhelaban por la independencia, cada cual hubiera querido ser él a quien se debiese su establecimiento.

Represen la ambición en pro de la república hasta cuando los enemigos de ella se declaran vencidos; y puesto que ningún tiempo es hábil para soltar la rienda a esa pasión bravía, mal por mal, primero la guerra civil que el triunfo de las cadenas.

No era don Simón amigo de recoger voluntades, coma suelen los que no alcanzan espíritus para causar admiración, ni fuerzas para infundir temor: el cariño que brota sin saber cuándo de en medio del respeto, ese es el acendrado; que el amor de los perversos lo granjeamos con la complicidad, el de los soberbios con someternos a ellos, y el de los vanidosos con deferir a su dictamen.

  Por lo que mira al de los ruines, bien como al de ciertos animales, cualquiera se lo capta con el pan.

Aquel flujo por andar haciéndose querer de éste y del otro por medio de halagos y caricias, no conviene a hombres respetables por naturaleza, los cuales tienen derecho al corazón de sus semejantes; y menos cuando el resorte del temor es necesario, en circunstancias que más rinde la obediencia ciega que el afecto interesado.
 
En ocasión tan grande como la libertad de un mundo, el protagonista del poema no ha de ser amable; ha de ser alto, majestuoso, terrible; feroz no, no es necesario; cruel no, no es conveniente; pero firme, grande, inapeable, como Bolívar.

Seguro estaba de entrar con él en gracia el que hacía una proeza; y no se iba a la mano en los encomios, como hombre tan perito en los achaques del corazón, que a bulto descubría el flaco de cada uno: dar resquicio a la familiaridad, nunca en la vida.

La familiaridad engendra el desprecio, dicen.

Hombre que supo todo no pudo ignorar las máximas de la filosofía.

Mas nunca tomó el orgullo y el silencio por parte de la autoridad, pues cuando callaban las armas, su buen humor era presagio de nuevos triunfos.

 La alegría inocente es muy avenidera con la austeridad del alma, pues que la moderación ande ahí juntándoles las manos.

…Si el sufrimiento no se aviniera con la fogosidad de su alma   cuando el caso lo pedía ¿qué fuera hoy de independencia y libertad? Sus aborrecedores agravios, él silencio; sus envidiosos calumnias, él desprecio; sus rivales provocaciones, él prudencia: con el ejército enemigo, un león; se echa sobre él y lo devora.

Los huesos con que están blanqueando los campos de Carabobo, San Mateo, Boyacá, Junín acreditan si esa fiera nobilísima era terrible en la batalla.

Si de la exaltación pudiera resultar algo en daño de la república, un filósofo.

Cuando el fin de las acciones de un hombre superior es otro que su propio engrandecimiento, sabe muy bien distinguir los casos en que ha de imperar su voluntad de los en que se rinde a la necesidad.

 Su inteligencia no abrazaba solamente las cosas a bulto, pero las deslindaba con primoroso discernimiento; y nunca se dio que faltase un punto a la gran causa de la emancipación, apocándose con celos, odios ni rivalidades.

En orden a las virtudes, siempre sobre todos: cuando se vio capitán, luego fue Libertador.

 Imposible que hombre de su calidad no fuese el primero, aun entre reyes.

Como caudillo, par a par con los mayores; de persona a persona, hombre de tomarse con el Cid, seguro que pudiera faltarle el brazo en diez horas de batalla, el ánimo ni un punto.

Pero ni el brazo le falta; el vigor físico no es prenda indiferente en el que rige a los demás.

…Fervoroso, activo, pronto, no era hombre don Simón cuyo genio fuese irse paso a paso en las operaciones de  la guerra; antes si mal resultó en ella varias veces, fue por sobra de ardor en la sangre y de prontitud en la resolución.

…Cierta ocasión que había dejado mal seguras las espaldas, reparó con la celeridad el daño de la imprudencia; porque revolviendo sobre el enemigo cuando éste menos lo pensaba, hizo en él estragos tales, que el escarmiento fue igual a la osadía; unos a punta de lanza, otros ahogados en la fuga, dio tan buena cuenta de ellos, que si alguno se escapó fue merced al paso que llevaba.

 Agualongo, caudillo famoso, griego por la astucia, romano por la fuerza de carácter, sabe si a uno como Bolívar se le podía acosar impunemente.

Pocas veces erró Bolívar por imprevisión; el don de acierto comunicaba solidez a sus ideas, y al paso que iba levantado muy alto en el ingenio, asentaba el pie sobre seguro, creciendo su alma en la erección con que propendía de continuo hacia la gloria.

El leer y el estudiar habían sido en él diligencias evacuadas en lo más fresco de la juventud, sin que dejase de robarle a esta buenas horas destinadas a las locuras del amor; lo que es en la edad madura, tiempo le faltó para la guerra, siendo así que combatió largos veinte años con varia fortuna, hasta ver colocada la imagen de la libertad en el altar de la patria.

El cultivo de las letras más sosiego necesita del que permite el ruido, de las armas; ni es de todos el dar ocupación a la pluma a un mismo tiempo que a la espada.

En los hombres extraordinarios, esos que prevalecen sobre cien generaciones, y dominan la tierra altos como una montaña, el genio viene armado de todas armas, y así menean la cuchilla como dejan correr la pluma y sueltan la lengua en sonoros raudales de elocuencia.

Guerrero, escritor, orador, todo lo fue Bolívar, y de primera línea.

El pensamiento encendido, el semblante inmutado, cuando habla de la opresión, «la dulce tiranía de los labios» es terrible en el hombre que nació para lo grande.

Su voz no ostentaba lo del trueno, pero como espada se iba a las entrañas de la tiranía, fulgurando en esos capitolios al raso que la victoria erigía después de cada gran batalla.

Cuéntase que al penetrar en el recinto del congreso, libertada ya Colombia y constituida la República, entró que parecía ente sobrehumano por el semblante, el paso, el modo, y un aire de superioridad y misterio, que dio mucho en que se abismasen los próceres allí reunidos.

 Una obra inmensa llevada a felice cima; batallas estupendas, triunfos increíbles, proezas del valor y la constancia, y por corona la admiración y el aplauso de millones de hombres, son en efecto para comunicar a un héroe ese aspecto maravilloso con que avasalla el alma de los que le miran, agolpándoseles a la memoria los hechos con los cuales ha venido a ser tan superior a todos.

Bolívar tiene conciencia de su gran destino: hierven en su pecho mil aspiraciones a cual más justa y noble, y sus anhelos misteriosos trascienden a lo exterior de su persona, bañándola toda, cual si en ella se difundiera el espíritu divino.

Lo que en los otros esperanza, en él había pasado a certidumbre, aun en los tiempos más adversos; y seguro de que combatía por el bien de una buena parte del género humano, no dudaba del fin y desenlace de ese romance heroico.

Libertad era su dios vivo; después del Todopoderoso, a ella rendía culto su grande alma.

 Caído muchas veces, alzábase de nuevo y tronaba en las nubes como un dios resucitado.

Gran virtud es el tesón en las empresas donde el vaivén de triunfos y reveses promete dejar arriba el lado de la constancia, sin la cual no hay heroísmo.

El secreto de erguirse en la propia ruina, romper por medio de la desgracia y mostrarse aterrador al enemigo, no lo poseen sino los hombres realmente superiores esas almas prodigiosas que en la nada misma hallan elementos para sus obras.

Hoy prófugo, proscrito, solo y sin amparo en extranjero suelo; mañana al frente de sus soldados blandiéndole en el rostro al enemigo la espada de la libertad, esa hoja sagrada que empuñó Pelayo y que, depositada  en las regiones secretas e invisibles de la Providencia, ha ido sirviendo a los bienhechores de los pueblos, a Guillermo Tell, a Washington, a Bolívar. 

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