martes, 15 de febrero de 2011

Antonio Ricaurte





Antonio Ricaurte



 Pero allí estaba el ángel de la guarda de cien pueblos revestido de las formas de un joven; el ángel de la guarda armado con la espada de América y una mecha prendida con el fuego del Empíreo.


Una detonación inmensa, un mar de negro humo que se dilata por el espacio, en seguida silencio pavoroso: la patria está salvada.


¿Adónde volaron tus miembros, mancebo generoso?


Si fuera dable suponer que los que desaparecen del mundo, sin dejar rastro de su cuerpo son llevados al cielo en figura de hombre, yo pensaría que tus huesos no yacen en la tierra, ni las cenizas de tus carnes se han mezclado con el polvo profano.


Quemado, ennegrecido, sin ojos en el rostro, sin cabello en la cabeza, todavía me hubieras, parecido hermoso, y al contemplar ese tizón sagrado, mis lágrimas hubieran corrido de admiración y gratitud antes que de dolor; los grandes hechos, las obras donde la valentía y la nobleza concurren desmedidamente, no causan pesadumbre, aun cuando traigan consigo una gran desgracia; conmueven, exaltan el espíritu, maravillan, y al paso que sentimos la pérdida de un hombre extraordinario, experimentamos satisfacción misteriosa de que la especie humana le hubiese contenido, y de que se hubiese dado a conocer con muerte sublime.


 Ricaurte, hombre grande en tu pequeñez, ilustre en tu obscuridad, no eres pequeño ni obscuro desde que te sacrificaste por la libertad de la raza que tiene a gloria el haber producido hijo como tú.


…¿Por qué su fama revierte en el mundo, y tu nombre no lo sabemos sino los que te amamos?


…Sorprendido, asombrado, aterrado, manda Boves tocar a retirada, y el campo queda por los libres.


 ¡Qué acciones!


 ¡Qué guerra!


La suerte de las armas libertadoras fue varia por mucho tiempo en Venezuela: ora triunfante, ora vencido; ora al frente de sus conmilitones, ora refugiado en medio de los mares, Bolívar no vivía sino para la emancipación de su patria, llamando así la vasta porción de hombres que puebla el país de Sur América.


Eran sus capitanes muy para vencer en el combate; poner la victoria al servicio de la República, él solamente.


Así fue que entre subvertir el orden, no obedecer las de la cabeza principal, y hacerse proclamar primeros y segundos en el mando, muchas veces lo estragaban todo, y tal hubo en que la causa de la libertad se vio del todo perdida.

Conquistada Venezuela por la célebre expedición de la Nueva Granada, tan grande obra se vino abajo, y a un pecador de bajo suelo se vio señorear insolentemente la parte más heroica de la futura Colombia.


Pero Bolívar no había muerto, y en él vivía la República, según dijo un   hombre ilustre de ese tiempo, hombre de esos cuya mirada es larga y profunda, y ven el triunfo atrás de la derrota, la gloria atrás de la desgracia; suerte de profetas, que a fuerza de penetración y fe leen el porvenir y animen a sus contemporáneos con las sentencias favorables que descubren en su seno obscuro.


Boves el león ya no existía; Morales el tigre quedó heredado con su prestigio y su poder, triunfando por casualidad, hombre como, era de inteligencia escasa en valor no muy feliz.


Y sobre esto Morillo se venía por esos mares tronando y relampagueando, con propósito firme de asegurar por media de la sangre doscientos años más de servidumbre.


 Imposibles muchas veces las cosas que parecen más fáciles y prontas, y burladas las disposiciones de la tiranía. 

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