La revolución del 10 de agosto de 1809 no fue improvisada, los antecedentes que se venían dando de muchos años atrás, también desencadenaron la revolución.
Túpac Amaru en 1780 y 1.781 , con su sonada revolución puso en peligro la estabilidad de la Monarquía española, en un vasto territorio de sus dominios.
En 1.781 los Comuneros del Socorro en la Nueva Granada conmovieron profundamente el citado Virreinato.
La Revolución de las Alcabalas en Quito, dejó una huella imborrable en el pueblo que se sublevó ante las exacciones inconsultas de la monarquía; desconociendo el derecho de este a cobrarlas e imponiéndose ante las autoridades; tiempo aquél en el que ya se habló de patria e independencia. Al respecto y refiriéndose a Quito el docto historiador Gonzales Suarez manifestaba:
“Estas ideas, o, mejor dicho estos anhelos de independencia no eran nuevos o recientes en Quito: por el contrario, eran antiguas y se habían hecho público varias veces. No hay para que recordar la revolución de las Alcabalas que en 1.590 dio ocasión a que ya desde entonces, se pensara en la independencia de España buscando el apoyo de Inglaterra: en el siglo decimo octavo hubo tres conatos de revolución contra el gobierno de la metrópoli, y es natural que estos hechos hayan influido en Espejo para hacerle meditar despacio un plan bien concertado para poner por obra el deseo de la independencia.” Federico Gonzales Suarez.
El criollo americano y el nativo para 1.809, tenía en su alma un cúmulo de experiencias nada halagadoras respecto al trato injusto que la administración española daba a los “indianos”, por lo que veía con mucha preocupación los acontecimientos extraordinarios por las que España se debatía.
Tres siglos de colonización europea, habían creado en América una casta social propia, los criollos, esto es americanos nacidos del mestizaje nativo-europeo, y concretamente en América del Sur, indiano – español; esto sin soslayar el mestizaje negro-español, indio-negro, de los que devinieron un mestizaje bastante amplio.
España y su legislación volvieron impermeable el acceso de todo individuo que no fuese netamente español, nacido en la península, para que ocupase altos puestos de mando administrativo en el gobierno de las colonias americanas de posesión española.
El comercio, la industria, los mandos militares y de la clerecía, se encontraban monopolizados y en manos de los que se denominaron “chapetones” es decir españoles de cepa; en tanto que a la administración pública civil, religiosa y militar, poco o ningún acceso tenían los criollos o mestizos americanos.
Esta situación ilógica e injusta, acumulada durante muchísimos años, daba ánimo cada vez más a que los criollos con poder social y económico pensasen la forma efectiva de hacerse del poder político, sin dependencia de ultramar, sin dependencia de España.
España iba agotando poco a poco su poder económico que le llegaba de las ricas colonias americanas; nunca pensaron los reyes, que este filón de riquezas provenientes de sus súbditos americanos se podían terminar; el oro, la plata, las especies, iban a España para satisfacer las ansias de dominación española en Europa, costeando a estos su guerras de expansión, y de religión.
Se enemistó con Inglaterra, Holanda, Francia, países que si no mancomunadamente hostigaron por tierra y aire a la nación española. Holanda e Inglaterra con sus famosos piratas y corsarios asechaban las flotas navales españolas para expoliarles y arrebatarles los tesoros que venían de América.
A más de las graves pérdidas económicas por las incursiones marítimas en las colonias americanas, estos países introdujeron el contrabando, lo que socavaba económicamente los intereses de la corona española.
Holanda con las riquezas que las flotas conducían de América, pudieron financiar su propia independencia de España.
Inglaterra minaba con sus corsarios el mar y las costas americanas, aprovechándose del declive casi total del dominio marítimo de la otrora poderosa flota naval española. Dominio absoluto que lo perdieron por las derrotas que su flota sufriera con los ingleses en desastrosas batallas navales como la del Cabo de San Vicente (14 de febrero de 1797); la entrega a Francia de seis navíos de guerra de 74 cañones cada uno en virtud del tratado de San Ildefonso (1 de Octubre de 1.800).La derrota naval de Trafalgar (12 de diciembre de 1804); circunstancias estas que pusieron en el mar el incontrastable poder de la flota naval de Inglaterra como la reina de los mares.
El poderío naval de Inglaterra para entonces impedía movilizar fácilmente a España su menguada flota con destino a América, para retornar con oro, plata y más productos de comercio; y, muy en especial para traer sus tropas que falta hacían en la ya convulsionada América hispana; donde el Imperio Español comenzaba a derrumbarse.
A toda esta debacle, se sumó la invasión Napoleónica a España, a mediados de 1808 José Bonaparte, hermano mayor de Napoleón I Bonaparte cruzó los Pirineos, pisando por primera vez tierra española pacifica en primera instancia debido al tratado entre España y Francia en contra de Inglaterra y Portugal; con esta escusa de dirigirse hacia Portugal las tropas francesas fueron apoderándose de las fortalezas militares de España a la que fue conquistando bélicamente poco a poco.
Fernando VII, proclamado rey de España tras el motín de Aranjuez que destronó a su padre Carlos IV, no puso obstáculo alguno a la presencia de las tropas francesas; lo que el pueblo español veía con estupor como Bonaparte a más de inmiscuirse en los asuntos internos de España invadía su suelo.
Las abdicaciones obligadas de Carlos IV a favor de Fernando VII, la devolución de la corona por parte de este a su padre y de éste que puso la corona a disposición de Napoleón a cambio de una renta anual de 30 millones de reales y el palacio y jardines de Compiégne, desbordaron la crisis política y dinástica de España.
El 2 de Mayo de 1808, en Madrid se dieron los primeros enfrentamientos con los franceses, iniciando el pueblo español su guerra de la independencia.
La capital del reino se levantó en armas contra los franceses y con ella toda la nación española; y en vista de que se desconocía el gobierno francés instalado dentro de España, se constituyó la llamada Junta Central, (septiembre de 1808) que en nombre del rey Fernando VII y con su expreso consentimiento asumiera todos los poderes como autoridad política y militar de España y de las llamadas Indias (Colonias americanas españolas).
El rey recomendó a esta la convocatoria a Cortes, para que se dispusiera la defensa del reino.
Napoleón puso de rey de España a su hermano José (6 de junio de 1808); a la persona de Fernando VII lo recluyó como prisionero de los franceses por seis años, en el castillo de Valencay; seis años durante los cuales el pueblo español lucho por su independencia en contra de las bisoñas tropas napoleónicas todos estos acontecimientos sumados puso a España y a las Indias en un verdadero caos.
En Sevilla se instauro la llamada Junta Suprema de España e Indias; esta Junta ante las presiones que ya se venían sintiendo en América, declaró y reconoció la igualdad de derechos de españoles y criollos americanos; y ante ello convocó diputados de América para integrar la Corte Constituyente; representación americana que no tenía ninguna paridad entre los convocados de España y los americanos; la proporción de diputados convocados para este efecto mostraba aun el desprecio y la desigualdad entre españoles peninsulares y americanos criollo; es decir pese a la declaratoria de igualdad entre españoles y americanos, la discriminación e inferioridad era evidente.
Como una contradicción más a los hechos que se sucintaban en la invadida España, la convocatoria antes dicha proclamaba y entre otras cosas decía: … “desde este momento, españoles y americanos, os veis elevados a la dignidad de hombres libres…”esto sucedía en febrero de 1810, para este entonces los patriotas de Quito purgaban en una lóbrega prisión el hecho de haberse proclamado “hombres libres”; en agosto 2 de este año, estos “hombres libres” eran masacrados y asesinados por soldados llegados de Lima a reprimir la idea revolucionaria de Quito.
Consientes estaban que las colonias españolas americanas no soportarían bajo ningún pretexto el yugo que la Francia quería imponerla una vez que España se haya sometido al imperio de Napoleón. Incluso no faltaron españoles “chapetones” y afrancesados que miraban ya como un hecho el dominio francés tanto en la península cuanto en las colonas suramericanas.
Esto motivó más a los patriotas para proclamar sus deseos de independencia.
En septiembre de 1810, se instaló las Cortes Generales y Extraordinarias de la Monarquía en Cádiz, a la que asistieron en representación de América hispana. José Matheu, conde de Puñoenrostro, José Mejía Lequerica; y, un año después llegará José Joaquín Olmedo.
Para el 19 de marzo de 1812, la citadas Cortes, promulgan la Constitución de Cádiz, inspirada en la Constitución francesa de 1791.
El 11 de diciembre de 1813, cuando los ejércitos franceses habían sido derrotados y expulsados de la península, Napoleón suscribía el tratado de Valencay con Fernando VII, tratado que repuso a este al trono de España.
Este monarca a su retorno a España en marzo de 1814 no permitió sigan funcionando las Cortes ordinarias, a las que clausuró en forma violenta para asumir él, por sí y ante sí los poderes absolutos hasta finales de 1819.
Durante los seis años de ausencia, Fernando VII, a su retorno, ya no encontró a la España que había dejado, la ruina moral y material habían sentado sus cuarteles en todo el reino; y por su puesto en las colonias españolas en América. España había madurado y se prestaba a embarcarse en la marcha de la historia; pero su monarca permanecía igual, estático como cuando fue recluido prisionero; suprimió la Carta Magna, para reinstaurar el absolutismo.
Para el año 1821 en Venezuela y Colombia, se habían ya dado batallas decisivas por la independencia total de la metrópoli; haciéndose necesario por la gravedad de ello que el monarca tratará de enviar tropas para sofocar la revolución americana; es aquí cuando las tropas españolas listas en Cádiz para ser embarcadas a América (1.820), se sublevan y se niegan abordar viejos barcos comprados a Rusia.
De 1820 a 1823, los sucesos acaecidos en España fueron trascendentales, y de tal forma podemos decir providenciales para la hispano América, púes la situación política de España impedía el envío de auxilio de tropas para contrarrestar las luchas independentistas americanas. La autoridad de Fernando VI menguaba, por lo que se vio obligado a solicitar ayuda militar a Francia; esta nación envío a la península a los “Cien mil Hijos de San Luis” y este con el “Ejércitos de la Fe” integrados por absolutistas españoles, restauraron la autoridad del Rey; dándose inicio a una nueva era de despótico y tiránico gobierno.
Las colonias españolas de América ante la crisis política por la que atravesaba España, especialmente la invasión francesa de la península, no tuvieron mejor pretexto para dar rienda suelta a sus ideas independentistas que ya largo tiempo la venían acariciando.
Guayaquil, en su 9 de octubre de 1820 hizo brillar su tea libertaria, a la que secundo Cuenca, Loja y otras ciudades de la actual República.
Gestas libertarias que se sucedieron una tras otra, llenas de heroísmo y sacrificio sin par.
Los españoles vencidos abandonaban los Virreinatos, las Reales Audiencias dependientes de estos, y las Capitanías Generales, no sin antes tratar de destrozar la presa, que herida y mal trecha, lucho heroicamente hasta la total liberación del humillante y oprobioso yugo español, al que trescientos años soportó sobre su espalda.
La casi totalidad de los soldados que se enfrentaron en estas gestas libertarias fueron americanos, realistas unos, patriotas otros, lucharon los primeros por la fidelidad jurada a su Rey a Dios y a la patria española; los otros por el anhelo de libertad.
Los oficiales realistas de alto rango que mandaban los ejércitos españoles en su mayor parte fueron hijos nacidos en su madre patria España; los oficiales patriotas criollos así mismo mayoritariamente nacidos en América, no faltaron oficiales de extranjeras naciones que guiados por un profundo culto a la libertad del ciudadano, y su aversión al tiránico gobierno español, contribuyeron con su vida y persona a la gran gesta libertaria.
Tampoco faltaron criollos americanos, oficiales y tropas que ofrendaron su vida por España, tal vez llevados por ese juramento solemne que hicieron de defender al Rey.
Debemos tal vez hablar de una guerra civil hispanoamericana, tendiente a conseguir la independencia, pues los enfrentados en esta guerra fueron tal vez hermanos, hijos de una misma Madre, no fue la guerra de un país enemigo en contra de otro país enemigo, ni de un reino contra otro.
No faltaron los “tránsfugas tardíos”, que pese al juramento de fidelidad al Rey de España; en un momento dado sin importarles el perjurio, se pasaron al bando patriota, viendo ya perdida la causa realista y vislumbrando ya los albores de la libertad.
La verdadera historia los señala con el dedo en las páginas de la ignominia; aunque la historia espuria los consagre como patriotas de última hora, nunca podrán ocupar los peldaños de la gloria que los verdaderos patriotas del albor libertario que creyeron y lucharon por el sueño de libertad lo ocupan en el empíreo, vigilando aún con su espada fulgurante que estos peldaños nunca sean ocupados por tránsfugas, traidores y perjuros que ellos acá los conocieron.
Bolívar inmortal, coronado de gloria, comanda como Jefe Supremo, ese ejercito de héroes, de patriotas, y víctimas civiles, que lucharon por el derecho a ser libres de toda opresión injusta y arbitraria.
De las jornadas épicas de la libertad, de los albores de nuestra independencia; mucho se ha escrito, y lo han hecho doctas plumas que teniendo en sus manos documentos originales y auténticos, nos han legado sus investigaciones históricas; y, nos han contado con la ya casi olvidada prosa, estilo propio y elegante, como la de Remigio Crespo Toral, Manuel de Jesús Calle, Víctor Manuel Albornoz Cabanillas, entre los más esclarecidos escritores; agotando prácticamente la fuente histórica de las gestas libertarias, de las que generaciones posteriores nos hemos nutrido con indecible admiración y orgullo.
Muchos son los historiadores que ya no se encuentran entre nosotros, los que han contado con el estilo que solo ellos lo poseyeron; hoy solo quedan ya aficionados a la historia que tratan de imitar el estilo propio de aquellos; y, que tomando sus versiones e investigaciones históricas, solo logran plasmar un cuadro brumoso de la misma; y, no pocas veces distorsionado.
Un ejemplo basta para recrearnos y empaparnos de esta gesta heroica que en este año 2009 celebramos su bicentenario; el de la.
Gloriosa epopeya del Primer Grito de Independencia.
Y concretamente su repercusión en Cuenca.
Con estos antecedentes, que nos dan una idea general previa al tema que hemos abordado; y, con el debido respeto y consideración, transcribimos textualmente una investigación y ensayo escrito por el único e inigualable Primer Cronista de Cuenca, el gran historiador Don Víctor Manuel Albornoz Cabanillas (+). Su obra: LA INDEPENDENCIA DE CUENCA.
RELATO HISTORICO.
“Las primeras manifestaciones de que Cuenca hace el espíritu de independencia son consecuencia del estudio, en unos, de la reflexión en otros, y del contagio de imitación en los demás, si bien en todos acusa una ansia nobilísima de mejoramiento.
Tratase de un hecho inevitable, previsto por los mismos políticos y publicistas peninsulares que con clarividencia estudian el problema, intrincado y complejo, que a fines del siglo XVIII presenta España en relación con sus colonias de América.
En vano, los Monarcas tratan de impedir la circulación de libros en los que la flámula (sic) revolucionaria ondea en cada página. En vano, intentase reprimir con el argumento estulto (sic) de la fuerza los primeros conatos disimulados, al principio; más francos, después que estallan incontenibles.
Es no sólo el ejemplo dado por los hermanos mayores del continente; no solo la propaganda tenaz realizada por hombres consagrados a un apostolado de verdad, como el egregio Miranda; no sólo la expoliación ejercida por gobernantes despóticos y autoridades subalternas que, infatuados de orgullo, buscan lucro donde debieran ejercitar justicia o abril el ojo vigilante del buen administrador. Es todo eso; pero también es que las ansias reprimidas estallan, que la esperanza se abre a sazón en la conciencia de los americanos que por razón del tiempo y al influjo bienhechor de la cultura, que tarda, pero llega, a todo pueblo, han amanecido, al fin, a la plena actividad de los derechos a que está el hombre, que ciertamente, no es tal mientras no sea libre.
Los cuencanos, con altivez ingénita, nunca se sintieron bien con el más leve dogal. Ya en 1739 aprovechan de la sangrienta circunstancia del motín en que pierde la vida Don Juan Senierges para esgrimir improvisadas armas, atronando la ciudad con insistentes gritos de abajo el mal gobierno. Temeridad inaudita, si se considera la época; pero que pinta con exactitud el temple de alma de quienes en ella incurren.
También contribuye a generalizar el descontento en Cuenca las medidas represivas que, en bien de la sanidad moral de la población, pero con dureza propia de su enérgico temperamento, toma el Gobernador José Antonio de Vallejo. Tales motivos, unidos al deseo ya latente en muchos de conseguir la emancipación política, fomentada por los patriotas de Quito y otros lugares de importancia que sostienen desde entonces correspondencia con los de aquí, determinan que en la mañana del 21 de Marzo de 1795 aparezcan en ventanas y puertas de la ciudad letreros francamente subversivos.
Imposible narrar la extrañeza que producen tales carteles de desafío en el ánimo de las autoridades y de cuantos por un motivo u otro, por convicción, por deber o por conveniencia, se hallan obligados a manifestar adhesión a la Monarquía.
En la Plaza Mayor , no lejos de la morada del mismo Gobernador, se ha escrito en grandes y bien rasgados caracteres esto que, aunque apenas llega a verso, sobra para encerrar una amenaza:
Desde Lima ha llegado
esta receta fiel;
a morir o vencer
conforme a nuestra ley.
Mano timorata de quien no quiere menoscabo a los fueros de su Majestad, pone restricciones a la estrofilla, y añade a su pie:
Menos los pechos del Rey
En el propicio lienzo de los muros conventuales, la urgencia de la convocatoria se hace más insistente:
Indios, negros, blancos y mulatos
ya, ya, ya no se puede sufrir;
como valerosos vecinos
juntos a morir o vivir.
Aquí y allá, multiplicada, asoma también la frase de confianza en la empresa por intentar, como si algún tácito compromiso tuviera que cumplirse:
Unánimes hemos de ser
Iguales anónimos se arrojan durante la noche por los intersticios de las puertas de calle de las casas de los principales vecinos, que con medrosa curiosidad los leen más tarde, viendo que en todos ellos hácese esta terminante advertencia:
El que rompiere
su vida perder quiere
Naturalmente, el primero en rechazar tan osada prevención es Vallejo, quien manda destruir los papeles y luego perseguir a sus autores. Aparentemente, estos no son poetas ni literatos, si nos atenemos a su obra, pues aún la letra empleada en los anónimos parece de persona de escasa cultura si bien se advierte que se ha tenido cuidado de disfrazarla haciéndola semejante a la de imprenta.
Por tal causa, los primeros en sufrir las iras de la ciudad, los cuales justifican su inocencia, ya que si conocen y dibujan todo el alfabeto y aún saben de aritmética y gramática, no por eso siéntense capaces de agitar alas en la mente para arrancar con tan alto vuelo de pensamiento.
Luego la acusación se endereza contra Don Juan Sánchez Cubillus y Don Jacinto Espinoza; mas, en vista de los acontecimientos posteriores, nada parece justificar este aserto, nacido únicamente de la sospecha que en sus enemigos pone Vallejo.
Esos renglones consonantados, donde solo la grandiosidad del movimiento emancipador que así comienza a encrespar su oleaje que poco después, se levanta iracundo y vencedor, todo el recamado de brillo por la incandescencia del sol.
|
Como si se escogiese la más alta tribuna para que la voz de un pueblo halle repercusión, el primer grito de libertad dado en el Continente americano estalla en Quito, en la ciudad viril que sabe encumbrar sus acciones a la misma altura del pensamiento que las impulsa.
El Manifiesto en que los patriotas el 10 de Agosto de 1809 exteriorizan sus sentimientos, resume en frase impresionante y dolorosa toda la ignominia de la situación; «No se nos ha tenido por hombres, dice, sino por bestias de carga destinadas a soportar el yugo». Y larga enumeración de abusos, vejámenes e ilegalidades, confirmando la verdad, justifica plenamente la osadía del hecho.
Golpe de luz en lo sensible de las conciencias, repercute aquí el grito heroico. Con la celeridad que entonces permiten los caminos de pesadilla, casi al cabo de una semana, el día 16, circula en Cuenca la noticia del acontecimiento, que en unos pone duda o ira, en otros regocijo y entusiasmo, en todos desconcierto y sobresalto.
Las autoridades miran con asombro un pliego que nadie osa abrir, pues que por encima del nema (sic) ostenta rótulo a primera vista sospechoso de irrespeto para el poder Real:
«Presidencia de la Junta Suprema de Quito», léese en claros caracteres, que parecen agrandarse como en desafío a los timoratos. Vista la gravedad del caso, acuérdase convocar a los vecinos más notables del lugar para que dicten los arbitrios convenientes.
En efecto, esa misma tarde, en presencia de pocas personas que acuden al llamamiento, se conoce la comunicación dirigida por el Marqués de Selva Alegre, participando la formación de la Suprema Junta Interina de Quito y pidiendo, al mismo tiempo, que el Cabildo de Cuenca designe representante ante ella.
Ojos urgidos a estupefacción, primero: voces en vendaval de protesta, luego; al fin impone su criterio el Gobernador Aymerich, quien opina en el sentido de desconocer a la mencionada Junta, debiendo contrarrestarla por medio de las armas, para lo cual ordénase poner en pie de guerra cien hombres.
Sin mayor dilación, al día siguiente sesiona la Junta Real de Hacienda, asistiendo a ella el Coronel Aymerich, el Asesor de Gobierno Don Juan López Tormaleo, el Tesorero don Antonio Soler, el Contador Don Francisco Calderón y el abogado Defensor de Hacienda don Nicolás Mosquera. Los tres primeros, españoles, están en mayoría porque se disponga de los caudales públicos para equipar la tropa que salga por los fueros del Monarca; los dos restantes, cubano benemérito el uno y quiteño el otro, opónese a tal medida, principalmente Calderón, que con firme insistencia rehúsa acceder a lo mandado; altivo proceder que pronto espía con el confiscamiento de sus bienes, con el exilio y finalmente con la muerte que lo unge de gloria en 1812.
Otros mártires ocasionan también aquí el movimiento del 10 de agosto, pues en parte alguna alcanza este mayor resonancia que en Cuenca, lo que se explica fácilmente, puesto que los gestores de Quito, gentes letradas, de cultura que se adelanta a la general de su época, en eficaz tarea de propaganda, mantienen activa correspondencia con personas de igual condición de las demás ciudades principales de la Audiencia. Para entonces, ya Cuenca alberga en su seno buen número de personas doctas y de notable ilustración, que influyen decisivamente para que el ansia de independencia cobre arraigo definitivo, a pesar de la hostilidad del medio. La historia lo comprueba así, pues resulta caso ejemplar el que Cuenca, por espacio de trece años, de 1809 a 1822, entre reveses y momentáneos regocijos de triunfo, mantenga el espíritu cada vez más enhiesto (sic) y encendido para la libertad, hasta conseguirla con la noble moneda del sacrificio, entregando en aras de su ideal, sin escatimarlos en ningún momento, tanto los recursos de su suelo como la vida generosa de sus hijos.
El Gobernador Aymerich pronto encuentra otras víctimas que acompañen al ilustre Calderón, acusadas del mismo crimen de haber reconocido, legitimidad en la Junta Suprema de Quito. Ellas son: Ignacio Tovar, don Miguel Fernández de Córdova, don Juan Antonio Terán, don Vicente Melo, don Manuel Rivadeneira y don Blas Santos. En nuestro concepto, estos hombres debieran ser recordados con tanta o mayor veneración que los de los próceres del 3 de noviembre de 1820, pues más aportan a la gran empresa de la emancipación los que sufren por ella en las horas iníciales de prueba, que quienes después se lanzan, ciertamente, con denuedo, pero en senda ya bien preparada, a segar lauros y recompensas.
Aquellos, en cambio, no alcanzan más corona que la del castigo y el suplicio.
Aymerich no tiene valor de castigar con propia mano a quienes juzga culpables. Los envía lejos para que lo haga un energúmeno, prevalido de su cargo de Gobernador del Guayas, don Bartolomé Cucalón, nacido para verdugo antes que para autoridad. En dolorosa caravana salen de Cuenca aquellos varones integérrimos, ancianos unos, enfermos otros, respetabilísimos todos. No obstante su condición y la inclemencia de los lugares que deben recorrer hasta llegar a su destino, los llevan maniatados, con grillos, sin permitirles siquiera que cubran del sol, del viento y de la lluvia sus frentes pensativas. Así, descubierta la cabeza, oprimido y lastimado el cuerpo, injuriados, maltratados, trasponen las heladas cumbres del Cajas para luego comenzar interminable descenso por la terrible vereda que arrastra, antes que conduce, a Naranjal de donde los transportan míseros fardos humanos a la insalubre Guayaquil.
-Da vergüenza escribirlo, pero lo obliga la verdad histórica: el que manda la escolta que lleva a los presos y quién más extrema crueldades con ellos es un cuencano, un abogado “de regular aptitud”, según opinión posterior del general Ignacio Torres, un individuo que por el grado de su cultura y elevada posición social parece que no hubiera podido trocarse, en sayón vulgar y ruin: el doctor Pablo Hilario Chica, que en su celo monárquico, no vacila en ejecutar, con saña salvaje, tan bajo cometido -.
Allí con la terrible complicidad del clima tropical, Cucalón los somete a mayores tormentos. Encerrados en calabozo lóbrego, como gavillas hacinadas para que las consuma el fuego, se los asegura por los tobillos contra los maderos del cepo colocado en su punto más alto, de tal modo que los infelices solo asientan en tierra parte mínima de la espalda y la cabeza congestionada por la postura inverosímil.
Y se los tiene así ochenta días de eternidad, en desamparo, sin variárseles de actitud ni por un momento, envueltos en sus propias inmundicias y en un ambiente de infección insoportable; ¡heroico aprendizaje de muerte, donde la agonía se saborea con sorbo largo, profundo, como de inmortalidad!
Ignacio Tovar encuentra allí mismo la amable misericordia de la muerte. Para Fernando de Salazar y Piedra, el cuencano más ilustre de cuantos sacrifícanse por el bien de una patria libre, está reservado aún más cruel martirio: lo conducen, mísero guiñapo de hombre con rumbo a Quito. En el trayecto cae de la cabalgadura que lo lleva, la cual, espantada con el ruido que producen las cadenas que sujetan al venerable prócer, lo arrastra por largo trecho, acribillándole con los guijarros de la senda las carnes allagadas, magullándole el rostro, fracturándole el cráneo; pero dejándolo todavía con aliento para que la ignorancia de un curandero, en el afán de hacerle una sangría, lo degüelle a mansalva: apoteosis de suplicio digna de tan esclarecido varón.
En cuanto a Francisco García Calderón – padre de Abdón Senén, héroe del Pichincha – solo conserva la vida para enaltecerla aún más, combatiendo después en Verdeloma y luego en Ibarra, donde es fusilado por orden de Sámano, la pantera nunca ahíta de sangre.
En la gesta de agosto de 1.809 destácanse, pues, con caracteres indelebles, la contribución de Cuenca, la ciudad altiva y libérrima que en todas las magnas empresas del civismo siempre colma esa su noble ambición de gloria, que solo se sacia cuando llega al límite excelso de la heroicidad.
Con cuanta largueza da Cuenca su contingente de heroicidad para la gesta de Agosto.
|
Don Melchor de Aymerich Gobernador de Cuenca desde 1803 hasta 1819, es un personaje de aplastante mediocridad, cuya figura en ningún momento resplandece con la más leve chispa de superioridad, así en sus actos de Magistrado como en los que ejecuta durante su carrera militar.
Cuando la revolución de Quito, pone en evidencia aquí lo endeble de su espíritu y la cobardía que en él reside. Una noche, la del 24 de Agosto de 1809, los patriotas cuencanos hacen circular por toda la ciudad el rumor de que llegan los quiteños en son de guerra.
Cree el Gobernador la falsa noticia. Busca por todas partes a su inspirador, el señor Obispo Quintián , y enterado de que este ha emprendido vergonzosa fuga hacia cercana hacienda, pierde la cabeza, no atina con el mando, corre a su casa, se encierra en ella, custodiado por buen contingente de tropa, y deja todo en alarma y desgobierno.
La carcajada que suscita en los burlones atempera sus nervios, y entonces sale a usanza de varón.
Si Aymerich consigue reunir en Cuenca cerca de dos mil hombres para emprender ataque contra Quito, se debe a la asombrosa actividad del Obispo Quintián, quien valiéndose de todos los medios que le da su posición y aún extralimitándose de ellos, reúne cuanto se necesita para subsistencias, armas, ropa y más recursos del caso.
El Gobernador de Cuenca no llega a Quito, ni menos conquista los laureles con que se engríe honrar sus sienes. Contra su voluntad, mal humorado, fracasadas sus ambiciones, regresa al punto de partida, porque así se lo ordena con insistencia el Conde Ruiz de Castilla, quien acepta las capitulaciones propuestas por los patriotas, asumiendo nuevamente el cargo, por cuanto le delatan y todo lo hace así prever que Aymerich, en caso de triunfo, se proclamaría Presidente de la Real Audiencia, traicionándolo arteramente. (sic)
Sin atenernos a los inmensos perjuicios particulares que ocasionan la organización y movilización de las tropas, sólo tomando en cuenta el dinero proporcionado por la Caja de la Real Hacienda de Cuenca, la campaña de Aymerich, en el espacio de menos de cuatro meses, viene a costar la suma de noventa y cuatro mil, doscientos trece pesos, cuatro reales y medio.
|
En el esconce (sic) que forman la calle Real o del Sagrario con la que baja del Chorro, donde de un lado se levanta el templo de San Agustín (hoy San Alfonso) y del otro la Tesorería de Hacienda (ahora el Banco del Azuay), allí, muestra su mole imponente la residencia de don Paulino Ordóñez, (en la actualidad la casa de propiedad de la Caja del Seguro), toda ella circuida de balcones voladizos capaces de contener crecida acopia de curiosos si es que bajo ellos desfilan las muchedumbres devotas en las procesiones de Corpus o en las de Navidad. Las puertas monumentales, que de ordinario sólo tranquean el postigo, dan acceso al amplio zaguán por el que se penetra al interior de esa morada que en patios y corredores, en alcobas y salas recibe en abundancia la milagrosa dádiva del sol.
Tal mansión, una de las mejores, entonces, en Cuenca es, desde 1809, punto obligado de cita de cuantos simpatizan con el movimiento revolucionario iniciado en Quito el 10 de Agosto. Allí acuden, entre otros, don José María Borrero y Baca, Don Fernando de Salazar y Piedra, el doctor Joaquín Chiriboga, don Juan Antonio Terán, don Joaquín Tovar, don Manuel Rivadeneira y el ilustre cubano don Francisco Calderón.
Desde esa época, en que arrecia la persecución a todos los sindicados de patriotas, la casa de don Paulino Ordóñez presta refugio a varios de ellos, sirviéndoles como de cuartel general en que se depositan o envían comunicaciones y en que se reciben o imparten órdenes.
Tal situación se prolonga por largos años. Tomando mil precauciones, después de la hora de queda, aprovechando de la soledad o de lo oscuro de las calles, llegan, unos tras otros, los nobles conjurados, que allí son recibidos con entusiasmo por el dueño de casa, por su esposa, doña Margarita Torres, heroína que debe ser de inolvidable memoria para los azuayos, por don Tomás, su hijo carnal, y por el doctor Joaquín de Salazar y Lozano, su hijo político, esposo de doña Francisca Ordóñez de Torres.
Los conspiradores entran y salen sigilosamente: sólo alcanzan a verlos los ojos noctámbulos de las lechuzas que dicen su mal augurio en lo alto de la cercana iglesia.
Sin embargo, a veces, en pleno día, desde la mansión vecina, viene un niño de gallarda apostadura que, debido a lo escaso de su edad, no despierta ninguna sospecha de las autoridades; es Abdón Senén Calderón, el futuro héroe del Pichincha, que ya desde temprano hace asiduo aprendizaje de las lecciones de libertad dadas por sus padres.
De este modo, corriendo mil peligros, al par que burlando la estricta vigilancia sobre ellos ejercida, van atrayendo poco a poco numerosos adeptos entre los que tienen en el cerebro la convicción de las necesidades de la independencia política y en el pecho la resolución de sacrificarse por ese ideal.
El Clero, que tanto influjo ejerce sobre las masas, comparte en buen número tales pensamientos. Del de clausura, distínguese mercedarios y dominicos. En el movimiento de Agosto de 1809 se condena como a peligrosos insurgentes a los cuencanos Fray Antonio Samaniego, Fray Francisco Cisneros y Fray Joaquín Astudillo, pertenecientes a la Orden primeramente nombrada, y a Fray José Mantilla y Fray José Clavijo, de la de Predicadores. A los franciscanos acúsase también de haber participado decididamente en igual fervor.
Para 1820, las ideas de libertad gozan ya de franca popularidad entre los criollos.
Habiendo llegado en esos días a Cuenca el Dr. Cayetano Ramírez Fita, sacerdote inteligente y hombre de carácter impetuoso, contribuye enormemente a soliviantar los ánimos, lanzando proclamas incendiarias, que, en valiente alarde, escríbelas con propia mano; tan decidida actitud sólo puede explicarse en una ciudad cuyo ambiente es favorable en su mayor parte a la doctrina revolucionaria.
Otra prueba de ello: el movimiento del 3 de Noviembre se lleva a cabo casi sin armas, sólo por la insistencia en la agresión, que, a decir verdad, no se la repele como podía haberlo hecho una guarnición no del todo escasa y que cuenta para defenderse hasta con piezas de artillería. Como explicar esto: únicamente razonando que las tropas realistas no resisten el ataque con decisión, al ver que la ciudad en masa les es contraria.
También es significativo que el Gobernador, Teniente Coronel don Antonio Díaz Cruzado, a pesar de ser español, admite prestamente no sólo la insinuación de que ceda el mando en favor de uno de los comprometidos, sino que él mismo piensa ponerse al frente de la conjuración, como hubiera sucedido de no descubrirse su plan. Caso de efectuarse este, tendríamos que considerar a Díaz Cruzado, como a héroe epónimo de nuestra emancipación.
Cuanto significa en los caminos de la historia el fracaso de un hecho, que por más constancia que de él quede y por noble que haya sido la intención que lo guíe.
Un grupo reducido, compuesto solo de nueve personas, ataca a la escolta militar que solemniza el bando pregonando órdenes reales. Poca resistencia ofrecen los soldados, pues únicamente el Teniente Tomás Ordóñez recibe leve herida, que no le imposibilita para jornadas posteriores. El armamento así logrado consiste en pocos fusiles que, unidos a lanzas de más fácil adquisición y a garrotes y piedras, forman el mísero arsenal de guerra de los patriotas.
En cambio, los realistas comandados por el Jefe de la Plaza, Coronel don Antonio García Trelles, disponen de ciento nueve veteranos a órdenes del Teniente Jerónimo Arteaga, con todo lo necesario para todos los menesteres de la lucha, incluso un número de cañones que el doctor Alberto Muñoz Vernaza hace subir a veintiuno: exageración, acaso, pues inclinámonos a creer que solo serían los cuatro construidos once años antes en Cuenca, bajo la dirección del doctor Tomás Borrero y de don Paulino Ordóñez.
Con semejante aparato de fuerza no logran imponerse en dos días y una noche, en que los acosa una muchedumbre tan resuelta como poco provista de armamento. Al contrario, en la noche del 3 de Noviembre o se retiran o se rinden, punto no esclarecido aún, pues ambas cosas se afirman, de una y otra parte, cediendo sus posiciones al enemigo. No obstante lo prolongado de la refriega, esta, puede decirse, resulta incruenta, ya que la aseveración de Vásquez de Novoa, al dar cuenta de lo ocurrido al General Santander respecto a derramamiento de «la sangre de los patriotas», más parece expresión general contra los españoles o baladronada propia de aquel abogado chileno, que dato cierto sobre los hechos de entonces. La tradición, que en suceso de tanta monta hubiérase preocupado de transmitir los principales detalles, no recuerda hecatombe alguna, ni siquiera un solo nombre de prócer victimado, salvo el de Ordóñez, que apenas si recibe bautizo de gloria.
Los realistas, sin más refugio que el edificio de su cuartel ni más campo de actividad que las cuatro calles de la plaza en que aquel se halla situado, tienen en contra todo el vecindario.
Aún de los pueblos cercanos llegan contenedores, como sucede con los labriegos de Chuquipata que, presididos por su propio párroco, don Javier Loyola, irrumpen en las postrimerías de la tarde del día 4, en que se decide la victoria.
Contribuye también a ella la resuelta conducta de otros dos sacerdotes; al doctor Juan María Ormaza y Gacitúa que con arrebatada palabra enardece a la multitud, y el doctor José Peñafiel, cura de San Sebastián, que merece ser considerado uno de los promotores de nuestra independencia.
No lo arrollador de las fuerzas, que casi no cuentan con más arma que el entusiasmo, la popularidad del movimiento decide el triunfo de los patriotas.
En la justipreciación de los que merecen mayor encomio por conseguir tal resultado, destácase un quiteño y un cuencano: el Dr. Joaquín de Salazar y Lozano y el Teniente Tomás Ordóñez y Torres. El uno, cerebro que vislumbra y prepara la senda; el otro, brazo ejecutor que la desbroza y limpia para el paso majestuoso de la libertad.
|
En la misa de acción de gracias celebrada en la Iglesia Catedral a la mañana siguiente, 5 de Noviembre de 1820, sube a la tribuna sagrada el doctor Andrés Beltrán de los Ríos, orador de florida elocuencia y decidido propugnador de la emancipación, que ha dejado pruebas innegables de su valer literario y lucida actuación cívica.
Tras el cálido discurrir de tan distinguido sacerdote, tiene lugar el solemne acto de la jura de la independencia, que la muchedumbre de patriotas allí congregada la hace, emocionada y reverente, en voz firme y diestra en alto, prometiendo ante Dios y los hombres ir a la muerte y el sacrificio para sustentar y defender la patria nueva.
Probablemente, ese mismo día se nombra Jefe Político y Militar de la Provincia al doctor José María Vásquez de Novoa. Como así se designa a un extraño, a uno que ha dado pruebas de acendrado realismo, para desempeñar cargo tan alto y delicado.
Verdaderamente, causa extrañeza. A quien corresponde tal preeminencia, es, sin duda, al doctor Joaquín Salazar y Lozano, así porque a él débense los más difíciles preparativos y mayores esfuerzos, como por su encumbrada posición social y egregias prendas de servicio en la vida ciudadana. Desde 1809 sufre vejámenes e incesantes persecuciones; se le priva del ejercicio profesional, obligándole a vivir prófugo entre las quiebras de Quingeo, donde por poco parece cierta ocasión que procura rápida fuga para huir de los que lo buscan en nombre de la justicia del Rey. En reconocimiento de tales méritos, toca en 1820 el puesto principal al doctor Salazar; pero este lo rechaza, sea por su profunda enemistad con Vásquez de Novoa u obedeciendo a la modestia que realza su personalidad.
Vásquez de Novoa, en cambio, de carácter presuntuoso, osado, busca ocasión de sobresalir siempre, sin fijarse en otra cosa que en obedecer distinciones y alcanzar provecho. En toda ocasión adula a grandes y poderosos, para de ese modo medrar a su sombra. Su alma, proclive a la traición, la ejecuta en cada oportunidad que se presenta.
En 1809 es el más furibundo realista, a extremo tal que no sólo pide que a Quito se le prive perpetuamente de la categoría de capital «por su consuetudinaria infidelidad», sino que ofrece equipar su costa una Compañía de Infantería para marchar contra aquel «ingrato e infame lugar». Entonces jura a Dios y a Jesucristo Crucificado su fidelidad a Fernando VII, por quien promete derramar la última gota de sangre, con la misma facilidad que en 1820 lo hace, por conveniencia, en aras de la libertad. Todo esto, sin perjuicio de que el perjuro olvide esos juramentos años más tarde, cuando sirviendo la inicua causa de Riva Aguero trata de unirse otra vez a los realistas, traicionando en Trujillo la causa de la patria haciéndose acreedor a la pena de muerte, que contra él decreta Torre Tagle, Presidente del Perú.
En Cuenca, su breve permanencia en el poder no alcanza notas de relieve. Comienza por la ridiculez de dar retumbante hinchazón a su firma, antes solo de José María Novoa y ahora trocada en José María Vásquez de Novoa y López de Artiga.
Se da a sí mismo el título de General del Ejército Libertador de las cadenas; a la oficina en que despacha la denomina pomposamente Capitanía General Independiente y lanza proclamas de vacuidad desesperante, que, para desdicha de los patriotas cuencanos, no hallan eco ni consiguen apoyo de quienes pueden prestarlo en esos momentos de suprema necesidad.
|
Mediante elección popular, las diversas parroquias de la provincia designan Diputados al Consejo de la Sanción que el Jefe Político y Militar Don José María Vásquez de Novoa convoca para el quince de Noviembre de ese memorable año de 1820. El Ayuntamiento, el Cabildo Eclesiástico, el Clero secular y regular, el Cuerpo de Milicias, los comerciantes, agricultores y obreros acreditan también sus Delegados, de tal manera que la Junta actúa con representación auténtica de los pueblos y corporaciones más importantes.
Se reúne el Consejo en la Casa Episcopal de Cuenca, donde habita Vásquez de Novoa, de lo que hay testimonio fidedigno, y allí sanciona el célebre Plan de Gobierno de la República de Cuenca, el cual se lo cree obra de Don León de la Piedra, no solo porque él interviene como Secretario de la Asamblea, sino por el hecho de tratarse de un hombre de letras, considerado en su época como valioso exponente de intelectualidad, sin que por ello logre improvisarse estadista genial. Al emplear en el artículo
1.- del Plan de Gobierno la denominación de República de Cuenca, trátase de crear un nuevo Estado o solo se usa el vocablo en el sentido de «conjunto de habitantes de un mismo término jurisdiccional, regido en sus intereses vecinales por un Ayuntamiento», tal como lo emplean con frecuencia en la época colonial. A este significado último parece referirse el
Artículo 2.- cuando habla de «una provincia libre», al mismo tiempo que restringe el término de acuerdo con las disposiciones concernientes a que siga funcionando el Cabildo en la forma prescrita por la Constitución española.
Sin embargo, la circunstancia de concederse perpetuidad en el cargo de Jefe Militar, con atribuciones de Virrey y Capitán General, parece indicar que el propósito es erigirse en realidad como nación «independiente de toda potencia o autoridad extraña», como se declara, si bien se prevé el caso de formar confederación con las otras «provincias limítrofes y con todas las de América» cuando se trata de sostener su recíproca emancipación.
Asimismo, llama la atención el que para nada se mente a Quito o Guayaquil para una probable anexión y que, por el contario, se tienda a una autonomía completa al nombrar autoridades de primer rango para las diversas funciones de Gobierno, milicia, hacienda, poder judicial y, en fin, los diversos ramos de la administración. Por supuesto, todo ello dentro de una copia en pequeño de la organización colonial, sin olvidar los tratamientos honoríficos a entidades e individuos.
A Vásquez de Novoa se da por cinco años el gobierno político y a perpetuidad el militar, con el grado de General, no estando sujeto a más juicio de residencia que al de la Junta Suprema de Gobierno, compuesta, por dos representantes del Clero y uno, respectivamente, de la milicia, el comercio y la agricultura. Sus facultades de autoridad son tales que aún superan a las de un Virrey, puesto que se halla exento de las obligadas restricciones que estos tienen en el mando; igualan a las de un soberano en miniatura: remedo de dictador, caricatura de poder imperial. A tanto van las pretensiones de Vásquez de Novoa o a tan bajo desciende la adulación de los que giran en su torno.
Aquella ansia de honores, que se los quiere perennes, la desgracia se encarga de desvanecerlos solo cinco días después, en el tremendo desastre de Verdeloma.
Al tratarse de un Estado libre, se meditó si podría haber subsistido con las propias rentas. No se escatiman sueldos; el subidísimo de cuatro mil pesos anuales señalan a Vásquez de Novoa, y, aunque muy menores a aquel, se prodiga retribuciones a un sinnúmero de servidores para las administraciones de tributos, alcabalas, correos, etc.
Habrá mediado un estudio concienzudo de las posibilidades económicas de la región o se procede precipitadamente, sin cálculo ni previsión para el futuro.
Se pensó en una aduana terrestre en Tixán o Alausí, en una fluvial en Naranjal, en una marítima en las proximidades de Machala o Santa Rosa. Quién sabe. La Provincia de Cuenca, recostada en los riscos de los Andes en su mayor parte, pero que entonces desciende hasta el mar, prolongándose por la sección hoy denominada El Oro, cuenta ciertamente con ventajas apreciables; la jurisdicción territorial, extensa; la población, de poca densidad; la propiedad bien repartida; los recursos del suelo, proporcionados a las escasas necesidades de la época; en una palabra, reúne condiciones que quizás los patriotas las creen suficientes, con aquel espejismo que el ardor cívico ocasiona casi siempre en las mentes exaltadas, para sostener tren de estado independiente.
En lo relativo a aspiraciones culturales, el Plan de Gobierno promueve la educación de la juventud, disponiendo que el Senado de Justicia, conjuntamente con el Ayuntamiento, elabore un programa de enseñanza detallando las facultades de los Colegios para este objeto. Tómase interés especial en fomentar las industrias, estableciendo premios a quienes sobresalgan en ellas o establezcan nuevas. Tampoco se olvida la necesidad de procurar el adelanto de la agricultura y el comercio, ni se descuida la conveniencia de mantener la higiene y ornato de las poblaciones
.
Indudable, que, para ley fundamental, el Plan no contiene todo lo que requiere un pueblo que se organiza; pero es aceptable y aún digno de aplauso en muchos de sus capítulos si se lo juzga en relación con las principales necesidades del momento histórico en que se lo escribe. Su mejor elogio es decir que en él se retrata el carácter del cuencano: religioso y amante del terruño, poniendo siempre a Dios por encima de todo y encariñado con los nativos lares, al extremo de vincularse solo a su región, con aquel santo egoísmo que es el que forja a los mártires de la libertad.
|
Cuenca vuelve en breve a hallarse bajo el dominio español.
Todas las esperanzas conseguidas al obtener libertad se (sic) frustran, en los fatídicos declives de Verdeloma, al ser derrotados los patriotas, el 20 de Diciembre de 1820, por las tropas realistas que comanda el Coronel Francisco González, quien con seiscientos soldados veteranos y bien armados se enfrenta con un millar de hombres primerizos en las artes guerreras y casi inermes, ya que si algunos llevan un fusil, los demás van a la lucha con escopetas y garrotes.
Inmolación, más que combate, el de Verdeloma; los patriotas dejan en el campo más de doscientos muertos y número igual o mayor de heridos; el resto queda para la persecución y la venganza.
Si la acción no presta méritos al vencedor, por su desigualdad, resulta infame esa triste victoria si consideramos que el español González extrema su ferocidad haciendo fusilar, en Enero de 1821 y en la plaza de San Francisco de esta ciudad, a veintiocho cuencanos convictos del crimen de querer patria independiente.
A qué narrar abusos y vejámenes, exacciones y crímenes cometidos luego por los realistas, durante un año de terror y duelos. La prisión, el reclutamiento, la requisa, el robo de alimentos y prendas de vestir, la imposición de empréstitos forzosos, el secuestro y remate de bienes, todo lo inicuo, en fin, es entonces única pauta de gobierno de quienes oprimen así a una ciudad digna de mejor suerte.
|
Realizada la campaña de Machala a Saraguro y de este lugar a Cuenca, el General Antonio José de Sucre hace su entrada aquí, al mando de sus tropas, unidas ya con las de Santa Cruz, el 21 de Febrero de 1822. Al aproximarse las fuerzas libertadoras, las de los realistas, a cuyo frente se halla el Coronel Carlos Tolrá, abandonan la ciudad, dirigiéndose a Riobamba.
Inmenso júbilo produce en Cuenca la presencia del ejército republicano. La población es iluminada profusamente. Las campanas suenan jubilosas. Se canta solemne Te Deum en la Iglesia Catedral. Reunidas las entidades, representativas, van en corporación a presentar su saludo a Sucre, que las recibe complacido; allí, el Presidente del Cabildo, don Bartolomé Serrano, a nombre del pueblo, pronuncia la arenga de estilo, manifestando al egregio cumanés «la gratitud que corresponde por las benéficas y generosas operaciones con que se ha conducido en la ocupación de esta plaza con el sagrado objeto de transformar su gobierno al nuevo establecimiento de República».
Con clarividencia propia de quien domina la estrategia, Sucre, desde Guayaquil, anticipa los acontecimientos, y, así, escribe a Santander: «Todas las consideraciones no me habrían hecho salir de una rigurosa defensiva, si el conocimiento que tengo del país no se me convenciese de que absolutamente es menester tomar un punto de la sierra, antes que entre el invierno en su fuerza. Este punto debe ser Cuenca, porque es el que nos dará recursos, es el más defensible, es el más fácil de» (Carta de 17 de Diciembre de 1821).
Que las esperanzas de Sucre se cumplen a satisfacción, y aún con exceso, lo afirma el General Heres, cuando al hablar de Cuenca expresa así: «La División unida entró en esta ciudad el 21 de febrero de 1822. Aquí descansó, se vistió lo mejor posible, se aumentó, y también se consiguieron muchas buenas bestias y el dinero suficiente para pagar lo que se debía y llevar alguna cantidad en cajas»
Sucre comprende y estima lo que realmente significa el gran esfuerzo desplegado por Cuenca en favor de la causa emancipadora, que, en realidad, la sirve valiéndose de todos los medios y agotando cuantos recursos presta su suelo y cuantos arbitrios dispone la decisión de sus habitantes.
Al alejarse de la ciudad, 11 de Abril de 1822, Sucre deja el mejor testimonio de su gratitud al manifestar al Cabildo que «Colombia jamás olvidará los servicios que ha prestado Cuenca a la División Libertadora del Sur», encomiado, además, «la firmeza de su opinión y la grandeza de sus sacrificios por conservar el don inestimable de la libertad».
Efectivamente, en Cuenca se reponen y acrecen las tropas republicanas, no escatimando ningún acto de abnegación sus pobladores, que contribuyen con lo que les es posible, ya en dinero, ya en joyas que entregan para que se funda el oro y plata de ellas, ya en acémilas, ya en víveres, ya en vestuario, ya, en fin, proporcionando mil fusiles y el contingente de sangre de más de ochocientos cuencanos que se cubren de gloria en el Pichincha”.
Víctor Manuel Albornoz.
Edición hecha por el Ilustre Concejo Cantonal de Cuenca, con el motivo del centésimo vigésimo tercer aniversario de la independencia de las provincias azuayas.
Cuenca. 1943
|
Apartir de 1813, cuando se dispone Cuenca a dejar de ser la sede de la Real Audiencia como lo había venido siendo luego de los graves sucesos ocurridos en Quito; la tropa acantonada en Cuenca comienza a desbandarse y desertar.
La idea de emancipación del yugo español comienza a tomar fuerza en la región, y los soldados reclutados por los realistas prefirieron ocultarse en las montañas antes que ser obligados a servir a un ejército opresor.
La clase aristócrata de la Cuenca de ese entonces, el clero alto, y “ciertos” ex realistas acérrimos, viendo el desarrollo de los acontecimientos libertarios, comienzan a actuar como tránsfugas hacia el lado de los patriotas.
Un ejemplo clásico:
…”Llama grandemente la atención, que en 1.814,el cura Javier Loyola, párroco de Chuquipata, apareciera como acusador contra Manuel Veintimilla y Domínguez, por el delito de favorecer a la causa revolucionaria, y como tal, de haber impedido que se lleve a cabo el reclutamiento de tropas en su parroquia (tropas para defender al rey)
El expediente fue remitido por el propio cura, para el conocimiento del Presidente Montes, quién a su vez devolvió para su informe al Comandante Antonio García Trelles. Este se expreso en términos de que el denunciante, Fray Javier Loyola, era un mentiroso y hábil en hacer informes falsos, púes, por ello, se le había separado varias veces de su curato. Y que la denuncia formulada contra Veintimilla era una calumnia, pues el acusado era un hombre de bien, dedicado a sus labores honradas y que, finalmente la denuncia había sido hecha por enemistades personales.
El Presidente Montes ordenó archivarse la denuncia, por falsa y temeraria, haciéndole entender al cura, que, en lo sucesivo cuide de mezclarse en asuntos que no eran de su incumbencia” (ANH/Q: P.de Quito, L493,30) Historia de la Gobernación de Cuenca 1777-1820-Juan Chacón Zhapan y otros.
Como el cura Loyola, Vázquez de Novoa, Pablo Chica y Astudillo; y, otros han sido calificados por la historia como “tránsfugas tardíos” ciudadanos juraron defender la causa del rey de España, hasta derramar su última gota de sangre; que se opusieron con bienes y personas a la causa revolucionaria e independentista de Quito; hasta cuando vieron perdidas sus aspiraciones, ambiciones y tal vez su libertad y bienes; entonces dieron cara tardíamente a la causa de la independencia; llegando a ocupar incluso cargos altos en la administración naciente de la Gran Colombia; y a llevar el honroso calificativo de héroes o próceres de la epopeya independentista .
Cuenca recuerda como glorioso pasado la llegada (21 de febrero de 1820) y estadía en esta ciudad del Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre; quien previa a la gran jornada hacia la cumbre de la libertad en Pichincha, estuvo en esta ciudad de la cual previamente había desalojado a los realistas que ante el solo anuncio de su llegada abandonaron la ciudad.
Aquí en Cuenca, el Gran Mariscal de Ayacucho, logró apertrecharse de bastimentos contribuciones económicas; y, lo que es más importante de un buen número de soldados (800),incluyendo a Abdón Senén Calderón Garaicoa; engrosando sus filas para ponerse en camino y cubrirse de gloria en las faldas de Pichincha.
Al partir de Cuenca, Sucre, oficiaba al cabildo Cuencano en estos términos:
Cuartel General de Cuenca a 11 de Abril de 1822.– “Al Excelentísimo Señor Presidente del Cabildo: Al separarme de esta Provincia para marchar a cumplir los deberes de que me ha encargado la Patria, Yo llevo también el objeto interesante de asegurar del modo más sólido la libertad de que actualmente goza Cuenca, este don inestimable que tan justamente le ha merecido la firmeza de su opinión, la grandeza de sus sacrificios por conservarla.
El cumplimiento de esta obligación en que reconozco haberme constituido, es para mí el más dulce y satisfactorio cuando considero que guiado este vecindario por la sabia dirección de Vuestra Señoría, sabrá apreciar lo que ha adquirido, sabrá mantener el orden en que tengo la satisfacción de dejarlo y sabrá prestarse a nuevos sacrificios si fueren necesarios para concluir la obra de su independencia y conseguir su felicidad.”
“Las fuentes de ésta están en vuestras manos, en las del Ilustre Cabildo y del Sr. Gobernador Coronel Heres, a quién por sus luces, patriotismo, actividad y amor al bien público he considerado digno de presidir la Provincia, y está muy dispuesto a promover de acuerdo con V. Señoría todos los medios para la prosperidad del país. Yo me prometo que bien pronto sentirán estos pueblos las ventajas que les ha proporcionado la sabiduría y beneficencia de nuestro Gobierno y que las circunstancias y la necesidad de continuar la guerra que nos asegure el goce de nuestros derechos, no les ha permitido sentir en toda su extensión. Reciba pues V. Señoría los sentimientos de gratitud y consideración, bien persuadido de que Colombia jamás olvidará los servicios que ha prestado Cuenca a la División Libertadora del Sur, y que será el momento más grato para mi corazón aquel en que tenga el honor de recomendarlo muy particularmente a Su Excelencia el Libertador Presidente.– Dios guarde a Vuestra señorías muchos años.–
Antonio José de Sucre.
El 24 de mayo de 1822, nuestras gloriosas armas y nuestros héroes de Pichincha, sellaron para siempre la independencia de lo que para 1830, sería nuestra amada Patria el Ecuador.
|
En este resumido ensayo que trata someramente de algunos hechos y acciones importantes de la época y explicar las causas de la emancipación de las colonias españolas en América, hechos y causas complejas desde todo punto de vista e imposibles de ser analizadas en un pequeño ensayo.
No podemos soslayar que en este tema de la independencia americana, existe un punto de partida aún antes de los sucesos narrados y que ocurrieron en España.
En esta América subyugada a la España de los Austrias y Borbones “tiempo atrás fermentaban las ideas revolucionarias”. Podemos asegurar que una de estas ideas germinaban a la luz de las traducciones de la obra francesa Los derechos del hombre, que veladamente circulaban para preocupación de las autoridades españolas, en todas sus colonias, cuanto la epopeya de la revolución norteamericana.
El docto historiador Cevallos, en su Resumen de la Historia del Ecuador Tomo III.- Cap. I…“cree que los patriotas tomaron por prudencia el nombre de Fernando VII, para no alarmar a un pueblo largo tiempo infatuado con el mágico nombre del rey. Las revoluciones, agrega, como se sabe aparentan siempre arrimarse a la legalidad en todo caso, por torcido que sea el impulso que las mueve, y la de entonces con mayor razón que cuantas otras han agitado y deshonrado a la patria, debió obrar con sumo comedimiento y discreción”…
Si se examina, y lo dice L.F. Borja (hijo),… la nómina de los patriotas quiteños de 1.809, se encuentra efectivamente el nombre de patriotas que francamente anhelaban la emancipación, como Ante, Morales, Quiroga, al lado de otros que por sus caudales y elevada posición, no pretendían recurrir a medidas extremas y que quizá con sinceridad anhelaban que Fernando VII se restituyese al trono de que había sido despojado…”
No faltaron patriotas, que desde el inicio de la revolución quiteña, fueron calificados como insurgentes por las autoridades españolas; y, jamás se sometieron al doble juego, ni juraron jamás fidelidad al rey cautivo. Dieron su cara limpia al anhelo de libertad y su pecho, al castigo, suplicio y muerte por este ideal.
En Cuenca hemos visto esta clase de patriotas como D. Fernando de Salazar y Piedra, D. Francisco García Calderón. D. Ignacio Tovar. D. Miguel Fernández de Córdova. D. Juan Antonio Terán. D. Vicente Melo. D. Manuel Rivadeneira. D. Blas Santos. Patriotas de primera hora ejemplo de auténtico valor que abrieron y prepararon el sendero por el que con seguridad pudieron transitar otros de segunda fila para cosechar lauros y recompensas como ya lo dijo D. Víctor Manuel Albornoz, en su magnífico ensayo que hemos transcrito.
Cuenca sintiéndose independiente luego del 3 de noviembre de 1.820, con alborozo, se dio su propia constitución; y curiosamente su nuevo escudo de armas, que representa un indígena oriental amazónico, que con su diestro brazo clava su lanza en el suelo y con la izquierda señala en el cielo la estrella de la libertad.
Escudo que significaba una nueva era, verdaderamente independiente de todo lo que representaba el viejo régimen monárquico español.
Libertad alcanzada por el auténtico pueblo que lucho por ella; sin embargo primó desde los albores de la independencia el sentimiento de la mayoría de criollos y mestizos cuencanos, de no tocar privilegios y prebendas sociales y económicas que tenían en el viejo régimen, entre ellos el de lucir el escudo de armas que el Marques de Cañete, dio a Cuenca luego de su fundación.
El escudo de auténtico sentimiento popular pasó al archivo de la historia olvidada, tal vez para siempre.
“El quiteño, si, el quiteño, nos dio la primera lección.- El os abrió la carrera del honor y él a sellado con su sangre vuestra libertad”.
La Junta Suprema de Santa Fe de Bogotá en la exhortación del 9 de septiembre de 1.810
Dr. Felipe Durán Alemán.
Cuenca Enero del 2009
No hay comentarios:
Publicar un comentario