viernes, 8 de octubre de 2010

Epílogo sobre Bolívar y el Perú

Las valoraciones en el Perú sobre la actuación de Bolívar en el antiguo Virreinato del Perú dan para todos los gustos. Hay allí, en el Perú, un Bolívar enaltecido, pero también un Bolívar escarnecido. Hay, efectivamente, un Bolívar eximio Libertador, un Bolívar cínico Dictador y un Bolívar pragmático Seccionador.

El historiador peruano Jorge Basadre Groghmann (Tacna 1903-Lima 1980) dice que Simón Bolívar fue muchos Bolívar que sucesivamente se iban muriendo:

“Bolívar, un joven romántico en 1804, diplomático en 1810, jacobino en 1813, paladín de la libertad en 1819, genio de la guerra en 1824, imperator en 1825 y 1826”
Más contundente es el historiador Herbert Morote quien lo califica así:

“Ebrio de gloria, amo de los territorios que había independizado, legislador ahora de ellos, el Libertador se lanzó a una campaña para perpetuarse en el poder que culminó con su constitución vitalicia y su intento de seguir despedazando al Perú para seguir siendo fuerte él”.

Para el escritor peruano Félix C. Calderón el juicio de valor sobre Bolívar es:

“El Bolívar que aparece con la lectura de sus propias cartas disponibles es un hombre ambicioso que comete el grave error de manchar su incuestionable trayectoria libertaria con los sueños de opio de una dictadura perpetua, aun a costa de volver a hipotecar la independencia de los pueblos que había supuestamente libertado. No es el santo varón desprendido y desinteresado, ni un demiurgo consumado que solo busca sembrar paz y concordia entre los pueblos; sino un habilísimo taumaturgo del lenguaje que ha descubierto en las palabras la mejor manera de ocultar sus non sanctas intenciones”.

“Inteligente sin duda, aunque menos estratega que impetuoso guerrero (si se recuerda lo que pasó en Puerto Cabello, en La Puerta y casi ocurre en Junín), nadie discute su destreza diplomática, ni su arrojo y perseverancia, tampoco su voluptuosa proclividad por el adulterio, sin por ello dejar de ser implacable con el adversario cuando quería. Autoritario, calculador, contradictorio, intrigante, vengativo, impulsivo, lenguaraz, impaciente, resuelto, cínico o estudiadamente despectivo, todo eso era Bolívar, a veces y al mismo tiempo. Vale decir, profundamente humano, con defectos que suelen magnificarse en muchos, desgraciadamente, cuando el poder es virtualmente absoluto. Y él no fue la excepción”.

El ya citado biógrafo John Lynch en la parte final de su biografía de Bolívar comenta la última herejía que se quiere implantar en la interpretación de su vida política, el Bolívar socialista:

“Aprovechando las tendencias autoritarias que ciertamente existían en las acciones e ideas de Bolívar, los regímenes de Cuba y Venezuela han convertido al Libertador en el patrón de sus políticas, distorsionando sus ideas en el proceso. De este modo un régimen marxista se ha apropiado de las ideas bolivarianas de libertad e igualdad y ha encontrado en ellas un sustituto útil al fracasado modelo soviético, pese a que en realidad no tiene en muy alta estima ninguna de las dos. Y en Venezuela un régimen populista del siglo XXI ha buscado legitimarse políticamente aferrándose a Bolívar como un imán, una víctima más del hechizo del Libertador”.

No es la primera ni será la última interesada interpretación de la historia.
Hoy el Perú, esa pujante nación, emblema y paradigma de la cultura hispanoamericana, cima del arte barroco colonial y ejemplo del mestizaje castellano, no vive de las glorias pasadas, ni alimenta hueros discursos patrioteros del pasado para exorcizar problemas del presente. Excepto por el laudo a unas glorias militares del siglo XIX hace mucho que le echó tierra a los sucesos del pasado.

En Venezuela, el hombre, Bolívar, despojado de todo, hasta de sus glorias, que tuvo que ir a morir en casa de un viejo hidalgo español, gaditano, Joaquín de Mier y Benítez, y con camisa prestada como cumpliendo un cruel destino al tener que hacerlo en casa de un español. Bolívar, aunque descansa en un mausoleo caraqueño, pareciera que necesitase hoy, con toda urgencia que, como en aquel famoso dicho del “regeneracionista” Joaquín Costa que se usaba en la rancia España, una de las dos que nos helaba el corazón:
“hace falta echarle doble llave al sepulcro del Cid” .

(En 1898, España había fracasado como Estado guerrero, y yo le echaba doble llave al sepulcro del Cid para que no volviese a cabalgar)(Joaquín Costa)
Que se eche llave, que se cierre definitivamente el sepulcro del Cid significa que encerremos dentro de él todos los discursos de alabanzas al pasado glorioso que poco aportan al prosaico presente sumido en el atraso y la decadencia, sobre todo cuando se quiere reinterpretar el pasado para justificar el presente.

Hace falta que le echen no solo llave, sino candado también, al sepulcro de Bolívar y que dentro de ese broncíneo sarcófago y ebúrneo monumento marmóreo, junto con sus restos, se entierren los discursos que aún quieren reavivar las heridas del pasado. Ninguno de los venezolanos de hoy, ninguno de los españoles de hoy, ni gran colombianos, ni quiteños o guayaquileños, ni peruanos ni bolivianos, ni blancos ni mestizos ni zambos, somos responsables de los hechos de la historia del siglo XIX. No se nos convoque para el recuerdo de odios y rencillas y baldones, no se nos convoque para denostar sobre el pasado que aún sigue marcando el presente. Convóquesenos para seguir trabajando, todos unidos, los de antes y los de ahora, pardos y mantuanos, blancos y negros, españoles y canarios, godos o vascones, por un futuro mejor para todos. De las glorias pasadas, de los fastos y nefastos, de orgullos y prejuicios, viven los pueblos y las naciones que solo tienen pasado y nosotros queremos vivir en naciones y con pueblos que solo ansíen la transformación del pasado para un inmejorable futuro.



Escrito por: Antonio R. Escalera Busto 28 Abr 2010.

No hay comentarios:

Publicar un comentario