En todas las andaduras por el Perú, paseando por las bellísimas plazas de armas de las distintas ciudades peruanas, voy pensando en toda esa imaginería de exaltación de las glorias patrias y, al mismo tiempo que me llama la atención la excesiva glorificación de las figuras militares sobre las civiles, voy notando como la imaginería responde más a las renombradas figuras de la República y de las luchas con Chile que a las figuras de la emancipación americana. Y más aún, acostumbrado al culto, cercano a la latría, que existe en Venezuela a la figura de Simón Bolívar, no deja de llamarme la atención la, prácticamente, ausencia de monumentos al recuerdo del Libertador. En Venezuela ya es poco lo que no hace referencia a Bolívar y al Libertador, y en Perú casi no hay nada.
En Lima he visto dos monumentos al Libertador, uno es la estatua ecuestre en la Plaza Bolívar o del Congreso, premonitorio lugar para Bolívar ya que la Plaza se llamaba anteriormente Plaza de la Inquisición por haber estado allí el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición. Curioso lugar donde los limeños han puesto a Bolívar. Esta estatua ecuestre de Lima (develada en 1859) es idéntica a la que está en la plaza Bolívar de Caracas (develada el 07-11-1874) ya que la estatua caraqueña fue hecha usando el mismo molde de yeso hecho por Adán Tadolini en Italia previo permiso de las autoridades peruanas.
El otro monumento, más reciente, esté en el poco frecuentado municipio limeño de Pueblo Libre, en la encantadora Plaza Bolívar que acoge a la Municipalidad y a un muy didáctico Museo de Arqueología, Antropología e Historia del Perú.
Ahondando la historia, alejado de las influencias interesadas de la historiografía venezolana y de los aún más tendenciosos discursos oficiales del papel emancipador de Bolívar, me propuse oír las versiones peruanas del común de la gente, al mismo tiempo que me documentaba con historiadores peruanos. Unos y otros coinciden en valorar de modo contradictorio los alcances de la actuación de Bolívar en la Emancipación del Virreinato del Perú y en los pasos que se dieron en la primera República Peruana.
Tal vez tengan los peruanos, actualmente, una visión más correcta de los sucesos emancipadores de comienzos del siglo XIX.
Estamos acostumbrados a oír las versiones del enfrentamiento entre naciones, España vs nacientes naciones americanas, cuando lo que ocurrió fue un desgajamiento en la sociedad americana, en las propias familias americanas, lo que bien puede ser hoy llamado como una “guerra civil” o como la revulsión interna destinada a corregir los males inherentes a cada sociedad en particular.
Cada parte de Hispanoamérica, desde la alta California hasta el sur de la Argentina o de Chile han ido conformando, a lo largo de 300 años, sociedades o reinos, que van alcanzando la madurez y el sentido crítico, con voluntad decidida de introducir las reformas sociales y políticas que la historia evolutiva de los pueblos va haciendo necesarias.
En el Perú de finales del siglo XVIII sobrevive el poderío de la aristocracia colonial hispana: es la Lima frívola y mundana de Micaela Vargas, la Perricholi, y del jacarandoso Virrey Marqués Manuel Amat i Junyet, viejo rijoso y representante conspicuo del siglo dieciocho colonial, cliente de palio y jarana, jaleador en Acho de buenos toreros, paradigma de la Lima churrigueresca que goza alegremente de la servidumbre indígena.
La Lima de los Marqueses de Torre-Tagle, serviles de la Revolución que pronto traicionarán. Porque, en realidad, en Lima toda o casi toda, la clase "decente" es goda o agodada. Una Lima que verá su esplendor en edificios civiles, religiosos y militares: La casa del Marqués de Torre-Tagle, el convento de las Nazarenas y el Real Felipe. La Lima virreinal, que celebra amancaes y baila en saraos con fandangos y zamacuecas, está por terminar.
Con la independencia o emancipación de las sociedades hispanoamericanas se fundaron, a veces artificialmente, las naciones americanas, pero las sociedades virreinales pervivieron en las nacientes repúblicas. Se cambiaron los estados nacionales, pero la sociedad tardó mucho más en adaptarse al cambio. La mayor parte de los cargos burocráticos del Virreinato permanecieron inalterados en la República. Nombres tan ilustres como Gamarra, La Mar, Vidaurre o Castilla fueron presidentes de la República del Perú habiendo sido antes oficiales del Rey de España. Incluso las leyes que rigieron la sociedad civil y militar, hasta bien entrado el siglo XIX, estuvieron fundadas en toda la legislación virreinal.
En la Emancipación se conjugaron múltiples circunstancias, unas intelectuales, otras sociales, otras políticas, y cohabitando con algunas de ellas los deseos personales, el especial “chauvinisme” de cada quién, ambiciones personales de poder o de posesiones.
Una de las aproximaciones a las causas de la emancipación, y de las más importantes, es el conocimiento que cada sociedad tenía de ser una entidad geográfica, con una historia común, con unas circunstancias sociales y económicas, que la individualizan de las demás. Tal vez sea el caso peruano uno de los más claros ejemplos porque esta identidad ya es puesta de manifiesto tan temprano como en siglo XVII como para que sea recurrente en los escritos del Inca Garci Lasso de la Vega, nuestro inmortal Garcilaso de la Vega.
En la Real Audiencia de Quito la revolución de 1809, la encabezan cuatro marqueses criollos: el Marqués de Selva Alegre, el Marqués de Solanda, el Marqués de Villa Orellana y el Marqués de Miraflores.
Desconocían la autoridad local española y se revelaban para:
"la conservación de la verdadera religión, la defensa de nuestro legítimo monarca y la propiedad de la patria"
Como en otras regiones de la América Hispana, la revolución enfrentó la indiferencia y la hostilidad de la gente común. Más parecía una revolución de nombres en defensa de sus propios privilegios.
Después de conocidos en América los sucesos de Bayona (Abdicación de Carlos IV y de su hijo Fernando y nombramiento de José I Bonaparte como Rey de España) se forman las Juntas Americanas para defender los derechos que, sus pueblos y comunidades, tenían como depositarias de la soberanía que viene de Dios. En virtud de esa creencia tomista asumen su propio gobierno en tanto en cuanto el Rey legítimo estuviese preso en Bayona por los franceses.
El Cabildo de Lima mantuvo los derechos corporativos que le habían sido quitados por la corona de España y a cambio se sintió obligada a apoyar la monarquía borbónica a raíz de los sucesos en España de Mayo de 1808. Durante el lapso liberal que desemboca en las cortes de Cádiz de 1812 el Cabildo Limeño tiene que abandonar las prácticas absolutistas y plegarse al nuevo pacto social que representa la Constitución Española de 1812. El Cabildo Limeño antes que pensar en una emancipación lo que pretende es mantener una autonomía institucional respetando tanto a la monarquía como a las autoridades del Virreinato.
Estos sucesos en torno a la Constitución de 1812 nos indican cual era el ambiente en el Virreinato del Perú por los mismos años en que bullían los movimientos emancipadores, primero en Tacna en 1811, en Huánuco en 1812 y la más importante de todas, la de Cusco de 1814, que se extiende a buena parte del Virreinato por la confrontación entre el Cabildo Constitucional y la Real Audiencia de Cusco. Las luchas entre ambos se alargaron hasta 1815 con la victoria final de los realistas.
El bando proclamado por Francisco Antonio de Zela y Arizaga (Lima 1786-Panamá 1821), quien dirigió el levantamiento de Tacna en 1811, es sintomático de lo que ocurría. No tenemos documentos que demuestren el carácter político del alzamiento, ni tampoco el bando reflejó el deseo de cambio de cabildos o corporaciones ni las aspiraciones gremiales de nadie. Más bien el carácter general de la proclama es la fidelidad a la corona española. En la proclama, Zela, manifiesta ser:
“…el más fiel esclavo de nuestro señor don Fernando VII...”
Y declara en su proclama haberse levantado:
“… en virtud de la justa defensa que se hace para la conservación de estos justos dominios en beneficio de nuestro oprimido soberano, el señor don Fernando VII y de quien justo título tenga al trono español”
Es evidente la poco “emancipadora” voluntad que tenían estas insurrecciones.
La de Cusco de 1814 es una rebelión más contra el constitucionalismo nacido en Cádiz por parte de los partidarios del absolutismo de Fernando VII y el surgimiento de una tercera vía que proclamaba la restitución de las leyes naturales, abolir la autoridad real y unirse a los emancipadores de Buenos Aires.
Las pocas ambiciones emancipadoras de la sociedad peruana hacen que no sea hasta 1820 en que San Martín y O'Higgins logran organizar la expedición que sería el primer paso para la liberación del Perú de la Corona Española. Así se produce el desembarco del general José de San Martín, en la bahía de Paracas.
El 21 de agosto de 1820, se embarcó el Ejército Unido en Valparaíso a bordo de 11 barcos, bajo bandera chilena y mando de Thomas Cochrane. Contaba con un ejército de 4.118 soldados de los cuales la mitad eran negros libertos. El 7 de septiembre la expedición libertadora estuvo frente a la bahía de Paracas, en las costas de Pisco, actual región Ica en el Perú, y el día 8 de septiembre de 1820, desembarca y ocupa Pisco. Desembarcado, José de San Martín, dirigió una proclama a sus tropas y estableció un código de ética a sus tropas para el mejor comportamiento de las mismas durante la campaña que iba a iniciar.
¿Representaba San Martin las ambiciones expansionistas del antiguo Virreinato de la Plata? ¿Representaba O`Higgins las ambiciones expansionistas de Chile? Sean cuales fueran las verdaderas causas que los movieron, estas operaciones militares sobre el Perú se conocen hoy como la “Corriente libertadora del Sur”
El 14 de septiembre de 1820, el virrey del Perú, Capitán General Joaquín de la Pezuela, que había jurado cumplir la Constitución Liberal de 1812, por orden de Fernando VII, envió una carta a José de San Martín ofreciéndole entrar en negociaciones. El día 15, San Martín aceptó entrar en negociaciones. A partir del día 25 de septiembre, los patriotas y realistas comienzan las primeras negociaciones en lo que se ha denominado las Conferencias de Miraflores y que concluyeron el 4 de octubre sin llegar a ninguna conclusión.
El ejército realista al mando del general José de Canterac, ya había dejado Lima, rumbo a la sierra, el 25 de junio de 1821. Álvarez de Arenales fue enviado en su persecución. El ejército patriota, estaba a punto de presentar una batalla frontal, cuando el general San Martín, lo impidió: era indudable que San Martín no deseaba un enfrentamiento frontal con las tropas españolas.
El 5 de junio de 1821, el nuevo virrey del Perú capitán general José de la Serna e Hinojosa, anunció a los limeños que abandonaba Lima para refugiarse en el Callao, al amparo de la fortaleza del Real Felipe. El sábado 28 de julio de 1821, en una ceremonia pública muy solemne, José de San Martín y Matorras, proclamó la independencia del Perú. Primero lo hizo en la Plaza de Armas, después en la plazuela de La Merced y, luego, frente al Convento de los Descalzos. Según testigos de la época, a la Plaza de Armas asistieron más de 16.000 personas. El libertador San Martín exclamó:
" el Perú es desde este momento libre e independiente por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa que dios defiende viva la patria! ¡viva la libertad! ¡viva la independencia!"
Las fuerzas realistas abandonan Lima y se refugian en la sierra, el Virrey de la Serna y el General Canterac se encuentran en Jauja en Octubre de 1821. Este será el último bastión realista hasta la intervención de la “Corriente libertadora del Norte” la acción militar de la Gran Colombia que ya estaba libre desde Carabobo, el 24 de Junio de 1821.
Luego de la Batalla de Pichincha, la Gran Colombia había eliminado la mayoría de los contingentes realistas en su territorio y la amenaza mayor paso a ser el Perú, donde en la sierra se encontraba el último ejército realista superviviente y donde el gobierno del Protector José de San Martín había sentado las cimientos independizando Lima y el Norte Peruano.
Simón Bolívar había logrado aprovechar la poderosa base de la Gran Colombia que le permitiría terminar con el largo proceso emancipador en el Perú que luego del impulso que significo las campañas de San Martin en Chile, lucia estancado en el Perú por los conflictos internos en que se sumergió el gobierno de la República del Perú, y más tarde por la inestabilidad del Protectorado tras la retirada de San Martín. Simón Bolívar sabía que el último reducto se encontraba en el Perú y que, si quería asegurarse la independencia, no podía ignorarse a los realistas acantonados en la sierra peruana y en el Alto Perú.
En la entrevista de Guayaquil los dos libertadores, Bolívar y San Martín, trataron el tema de a quien correspondía la soberanía sobre la Provincia Libre de Guayaquil, pero más importante aún, cuál sería la solución para la independencia del Perú y cuál sería el sistema político que se instalaría: uno monárquico constitucional, como deseaba San Martín, o Republicano como lo quería Bolívar. Pero siempre ambos sistemas independientes de España. Así mismo San Martín le ofrecía a Bolívar la unión de los dos ejércitos concediéndole, incluso, el mando de los ejércitos unidos.
La entrevista se saldó favorablemente para los intereses de la Gran Colombia que ratificó su anexión de Guayaquil. Ante el retiro del Protector y las desafortunadas derrotas militares durante el gobierno del presidente Riva Agüero, el congreso peruano decidió solicitar la intervención de Simón Bolívar. Bolívar ya había enviado antes al General Antonio José de Sucre, que mantuvo la autonomía de las agrupaciones militares de Colombia. Bolívar, se embarca para el Perú y arriba a Lima el 10 de septiembre. Los encuentros del año 1824 serían favorables para los grancolombianos, las tropas grancolombianas triunfaron en la Batalla de Junín a las órdenes de Bolívar, y en la Batalla de Ayacucho a las órdenes de Antonio José de Sucre.
Finalizado el sitio del Callao en enero de 1826, termina el proceso independentista del Perú.
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