Sunday, October 30, 2011

“El quiteño, si, el quiteño, nos dio la primera lección.- El os abrió la carrera del honor y él a sellado con su sangre vuestra libertad”. La Junta Suprema de Santa Fe de Bogotá en la exhortación del 9 de septiembre de 1.810

Los hechos que condujeron a la ansiada libertad americana, no fueron aislados  del contexto político y militar de la Europa del siglo XIX, ni los acontecimientos fueron aislados de los múltiples sucesos que se dieron con anterioridad.

La revolución del 10 de agosto de 1809 no fue improvisada, los antecedentes que se venían dando de muchos años atrás, también desencadenaron la revolución.

Túpac Amaru en 1780 y 1.781, con su sonada revolución puso en peligro la estabilidad de la Monarquía española, en un vasto territorio  de sus dominios.

En 1.781 los Comuneros del Socorro en la Nueva Granada conmovieron profundamente el citado Virreinato.

La Revolución de las Alcabalas en Quito, dejó una huella imborrable en el pueblo que se sublevó ante las exacciones inconsultas de la monarquía; desconociendo el derecho de este a cobrarlas e  imponiéndose ante las autoridades; tiempo aquél en el que ya se habló de patria e independencia. Al respecto y refiriéndose a Quito el docto historiador Gonzales Suarez manifestaba:

Estas ideas, o, mejor dicho estos anhelos de independencia no eran nuevos o recientes en Quito: por el contrario, eran antiguas y se habían hecho público varias veces. No hay para que recordar la revolución de las Alcabalas que en 1.590 dio ocasión a que ya desde entonces, se pensara en la independencia de España buscando el apoyo de Inglaterra: en el siglo decimo octavo hubo tres conatos de revolución contra el gobierno de la metrópoli, y es natural que estos hechos hayan influido en Espejo para hacerle meditar despacio un plan bien concertado para poner por obra el deseo de la independencia.” Federico Gonzales Suarez.

El criollo americano y el nativo para 1.809, tenía en su alma un cúmulo de experiencias nada halagadoras respecto al trato injusto que la administración española daba a los “indianos”, por lo que   veía con mucha preocupación los acontecimientos extraordinarios por las que España se debatía.
         Tres siglos de colonización europea, habían creado en América una casta social propia, los criollos, esto es americanos nacidos del mestizaje nativo-europeo, y concretamente en América del Sur, indiano – español; esto sin soslayar el mestizaje negro-español, indio-negro, de los que devinieron un mestizaje  bastante amplio.

         España y su legislación volvieron impermeable el acceso de todo individuo que no fuese netamente español, nacido en la península, para que ocupase altos puestos de mando administrativo en el gobierno de las colonias americanas de posesión española.

El comercio, la industria, los mandos militares y de la clerecía, se encontraban monopolizados y en manos de los que se denominaron “chapetones” es decir españoles de cepa; en tanto que a la administración pública civil, religiosa y militar, poco o ningún acceso tenían los criollos o mestizos americanos.


         Esta situación ilógica e injusta, acumulada durante muchísimos años, daba ánimo cada vez más a que los criollos con poder social y económico pensasen la forma efectiva de hacerse del poder político, sin dependencia de ultramar, sin dependencia de España.

spaña iba agotando poco a poco su poder económico que le llegaba de las ricas colonias americanas; nunca pensaron los reyes, que este filón de riquezas provenientes de sus súbditos americanos se podían terminar; el oro, la plata, las especies, iban a España para satisfacer las ansias de dominación española en Europa, costeando a estos su guerras de expansión, y de religión.

         Se enemistó con Inglaterra, Holanda, Francia, países que si no mancomunadamente hostigaron por tierra y aire a la nación española. Holanda e Inglaterra con sus famosos piratas y corsarios asechaban las flotas navales españolas para expoliarles y arrebatarles los tesoros que venían de América.

 A más de las graves pérdidas económicas por las incursiones marítimas en las colonias americanas, estos países introdujeron el contrabando, lo que socavaba económicamente los intereses de la corona española.

Holanda con las riquezas que las flotas conducían de América, pudieron financiar su propia  independencia de España.

Inglaterra minaba con sus corsarios el mar y las costas americanas, aprovechándose del declive casi total del dominio marítimo de la otrora poderosa flota naval española. Dominio absoluto que lo perdieron por las derrotas que su flota sufriera con los ingleses en desastrosas batallas navales como la del Cabo de  San Vicente (14 de febrero de 1797); la entrega a Francia de seis navíos de guerra de 74 cañones cada uno en virtud del tratado de San Ildefonso (1 de Octubre de 1.800).La derrota naval de Trafalgar (12 de diciembre de 1804); circunstancias estas que pusieron en el mar el incontrastable poder de la flota naval de Inglaterra como la reina de los mares.

El poderío naval de Inglaterra para entonces impedía movilizar fácilmente a España su menguada flota con destino a América, para retornar con oro, plata y más productos de  comercio; y, muy en especial para traer sus tropas que falta hacían en la ya convulsionada América hispana; donde el Imperio Español comenzaba a derrumbarse.


A toda esta debacle, se sumó la invasión Napoleónica a España, a mediados de 1808 José Bonaparte, hermano mayor de Napoleón I Bonaparte cruzó los Pirineos, pisando por primera vez tierra española pacifica en primera instancia debido al tratado entre España y Francia en contra de Inglaterra y Portugal; con esta escusa de dirigirse hacia Portugal las tropas francesas fueron apoderándose


de las fortalezas militares de España a la que fue conquistando bélicamente poco a poco.

 Fernando VII, proclamado rey de España tras el motín de Aranjuez que destronó a su padre Carlos IV, no puso obstáculo alguno a la presencia de las tropas francesas; lo que el pueblo español veía con estupor como Bonaparte a más de inmiscuirse en los asuntos internos de España invadía su suelo.

Las abdicaciones obligadas de Carlos IV a favor de Fernando VII, la devolución de la corona por parte de este a su padre y de éste que puso la corona a disposición de Napoleón  a cambio de una renta anual de 30 millones de reales y el palacio y jardines de Compiégne, desbordaron la crisis política y dinástica de España.
El 2 de Mayo de 1808, en Madrid se dieron los primeros enfrentamientos con los franceses, iniciando el pueblo español su guerra de la independencia.
La capital del reino se levantó en armas contra los franceses y con ella toda la nación española; y en vista de que se desconocía el gobierno francés instalado dentro de España, se constituyó la llamada Junta Central, (septiembre de 1808) que en nombre del rey Fernando VII y con su expreso consentimiento asumiera todos los poderes como  autoridad política y militar de España y de las llamadas Indias (Colonias americanas  españolas).
El rey recomendó a esta la convocatoria a Cortes, para que se dispusiera la defensa del reino.




Napoleón puso de rey de España a su hermano José (6 de junio de 1808); a la persona de Fernando VII lo recluyó como prisionero de los franceses por seis años, en el castillo de Valencay; seis años durante los cuales el pueblo español lucho por su independencia en contra de las bisoñas tropas napoleónicas todos estos acontecimientos sumados puso a España y a las Indias en un verdadero caos.

     José Bonaparte
Por: Francois Kinson.
En Sevilla se instauro la llamada Junta Suprema de España e Indias; esta Junta ante las presiones que ya se venían sintiendo en América, declaró  y reconoció la igualdad de derechos de españoles y criollos americanos; y ante ello convocó diputados de América para integrar la Corte Constituyente; representación americana que no tenía ninguna paridad entre los convocados de España y los americanos; la proporción de diputados convocados para este efecto mostraba aun el desprecio y la desigualdad entre españoles peninsulares y americanos criollo; es decir pese a la declaratoria de igualdad entre españoles y americanos, la discriminación e inferioridad era evidente.
En Quito, para agosto de 1809, los criollos más pudientes se reunieron la víspera del 10 de agosto y redactaron la siguiente Acta que dio inicio a los hechos que se suscitaron desde entonces y que desembocaron en la total independencia de España:
Acta
Nos, los infrascritos diputados del pueblo, atendidas las presentes críticas circunstancias de la nación, declaramos solemnemente haber cesado en sus funciones los magistrados actuales de esta capital y sus provincias; en su virtud, los del barrio del centro o Catedral, elegimos y nombramos por representantes de él a los Marqueses de Selva Alegre y Solanda, y lo firmamos. Manuel de Angulo, Antonio Pineda, Manuel Cevallos, Joaquín de la Barrera, Vicente Paredes, Juan Ante y Valencia. Los del barrio de San Sabastián elegimos y nombramos por representante de él a don Manuel Zambrano, y lo firmamos, Nicolás Vélez, Francisco Romero, Juan Pino, Lorenzo Romero, Manuel Romero, Miguel Donoso.
Los del barrio de San Roque elegimos y nombramos por representante de él al Marqués de Villa Orellana, y lo firmamos. José Rivadeneira, Ramón Puente, Antonio Bustamante, José Alvarez, Diego Mideros.
Los del barrio de San Blas elegimos y nombramos por representante de él a don Manuel de Larrea y lo firmamos. Juan Coello, Gregorio Flor de la Bastida, José Ponce, Mariano Villalobos, José Bosmediano, Juan Unigarro y Bonilla. Los del barrio de Santa Bárbara elegimos y nombramos representante de él al Marqués de Miraflores y lo firmamos. Ramón Maldonado, Luis Vargas, Cristóbal Garcés, Toribio Ortega, Tadeo Antonio Arellano, Antonio de Sierra. Los del barrio de San Marcos elegimos y nombramos por represente de él a don Manuel Matheu y lo firmamos. Francisco Javier Ascázubi, José Padilla, Nicolás Vélez, Nicolás Jiménez, Francisco Villalobos, Juan Barreto. Declaramos que los antedichos individuos unidos con los representantes de los Cabildos de las provincias sujetas actualmente a esta gobernación y las que se unan voluntariamente a ella en lo sucesivo, como son Guayaquil, Popayán, Pasto, Barbacoas y Panamá que ahora dependen de los Virreinatos de Lima y Santa Fe, las cuales se procurará atraer, compondrán una Junta Suprema que gobernará interinamente a nombre y como representante de nuestro legítimo soberano, el señor don Fernando Séptimo, y mientras su Majestad recupere la Península o viniere a imperar en América, elegimos y nombramos por Ministros o Secretarios de Estado a don Juan de Dios Morales, don Manuel Quiroga y don Juan de Larrea, al primero para el despacho de los Negocios extranjeros y de la Guerra, el segundo para el de Gracia y Justicia y el tercero para el de Hacienda; los cuales como tales serán individuos natos de la Junta Suprema. Esta tendrá un Secretario Particular con voto y nombramos de tal a don Vicente Alvarez.
Elegimos y nombramos por Presidente de ella al Marqués de Selva Alegre. La Junta como representante del Monaca tendrá el tratamiento de Majestad; su Presidente el de Alteza Serenísima; y sus Vocales el de Excelencia, menos el Secretario Particular a quien se le dará el de Señoría. El Presidente tendrá por ahora y mientras se organizan las rentas del estado seis mil pesos de sueldo anual, dos mil cada vocal y mil el Secretario Particular.
Prestará  juramento solemne de obediencia y fidelidad al Rey en la Catedral inmediatamente y lo hará prestar a todos los cuerpos constituidos así eclesiásticos como seculares. Sostendrá la pureza de la religión, los derechos del Rey, y los de la patria y hará guerra mortal a todos sus enemigos, principalmente franceses, valiéndose de cuantos medios y arbitrios honestos le sugiriesen el valor y la prudencia para lograr el triunfo. Al efecto y siendo absolutamente necesario una fuerza militar competente para mantener el Reino en respeto, se levantará prontamente una falange compuesta de tres batallones de infantería sobre el pie de ordenanza y montada la primera compañía de granaderos; quedando por consiguiente reformadas las dos de infantería y el piquete de dragones actuales. El jefe de la falange será Coronel y nombramos tal a Don Juan Salinas, a quien la Junta hará reconocer inmediatamente. Nombramos de Auditor General de Guerra, con honores de Teniente Coronel, tratamiento de Señoría y mil quinientos pesos de sueldo a don Juan Pablo Arenas y la Junta le hará reconocer. El Coronel hará las propuestas de los oficiales, los nombrará la Junta, expedirá sus patentes y las dará gratis el Secretario de la Guerra. Para que la falange sirva gustosa y no le falte lo necesario, se aumentará la tercera parte sobre el sueldo actual desde soldado arriba. Para la más pronta y recta administración de justicia, creamos un Senado de ella compuesto de dos Salas Civil y Criminal con tratamiento de Alteza. Tendrá a su cabeza un Gobernador con dos mil pesos de sueldo y tratamiento de Usía Ilustrísima. La sala de lo Criminal un Regente subordinado al Gobernador, con dos mil pesos de sueldo y tratamiento de Señoría; los demás Ministros con el mismo tratamiento y mil quinientos pesos de sueldo; agregándose un Protector General de Indios con honores y sueldo de Senador. El Alguacil Mayor con tratamiento y sus antiguos emolumentos. Elegimos y nombramos tales en la forma siguiente: Sala de lo Civil, Gobernador don José Javier Ascázubi, Decano, don Pedro Jacinto Escobar, don José Salvador, don Ignacio Tenorio, don Bernardo de León, Fiscal, don Mariano Merizalde. Sala de lo Criminal, Regente don Felipe Fuertes Amar, Decano, don Luis Quijano, Senadores, don José del Corral, don Víctor de San Miguel, don Salvador Murgueitio, Fiscal, don Francisco Xavier de Salazar. Protector General, don Tomás Arechaga, Alguacil Mayor, don Antonio Solano de la Sala. Si alguno de los sujetos nombrados por esta soberana diputación renunciare el encargo sin justa y legítima causa, la Junta le admitirá la renuncia, si lo tuviere por conveniente, pero se le advertirá antes que será reputado como tal mal patriota y vasallo y excluido para siempre de todo empleo público. El que disputare la legitimidad de la Junta Suprema constituida por esta acta tendrá toda libertad bajo la salvaguardia de las leyes de presentar por escrito sus fundamentos y una vez que se declaren fútiles, ratificada que sea la autoridad que le es conferida, se le intimará a prestar obediencia, lo que no haciendo se le tendrá y tratará como reo de estado.
Dado y firmado en el Palacio Real de Quito, a diez de Agosto de mil ochocientos nueve, Manuel de Angulo, Antonio Pineda, Manuel Cevallos, Joaquín de la Barrera, Vicente Paredes, Juan Ante y Valencia, Nicolás Vélez, Francisco Romero, Juan Pino, Lorenzo Romero, Manuel Romero, Miguel Donoso, José Rivadeneira, Ramón Puente, Antonio Bustamante, José Álvarez, Juan Coello, Gregorio Flor de la Bastida, José Ponce, Mariano Villalobos, Diego Mideros, Vicente Melo, José Ponce, José Bosmediano, Juan Unigarro y Bonilla, Ramón Maldonado, Luis Vargas, Cristóbal Garcés, Toribio Ortega, Tadeo Antonio Arellano, Antonio de Sierra, Francisco Javier de Ascázubi, José Padilla, Nicolás Jiménez, Francisco Villalobos, Juan Barreto.

Como una contradicción más a los hechos que se sucintaban en la invadida España, la convocatoria a la que nos referimos proclamaba y entre otras cosas decía: … “desde este momento, españoles y americanos, os veis elevados a la dignidad de hombres libres…”esto sucedía en febrero de 1810, para este entonces los patriotas de Quito purgaban en una lóbrega prisión el hecho de haberse proclamado “hombres libres”; en agosto 2 de este año, estos “hombres libres” eran masacrados y asesinados por soldados llegados de Lima a reprimir la idea revolucionaria de Quito.
Consientes estaban que las colonias españolas americanas no soportarían bajo ningún pretexto el yugo que la Francia quería imponerla una vez que España se hubiese sometido al imperio de Napoleón. Incluso no faltaron españoles “chapetones” y afrancesados  que miraban ya como un hecho el dominio francés tanto en la península cuanto en las colonas suramericanas. Esto motivó más a los patriotas para proclamar sus deseos de independencia.
En septiembre de 1810, se instaló  las Cortes Generales y Extraordinarias de la Monarquía en Cádiz, a la que asistieron en representación de América hispana. José Matheu, conde de Puñoenrostro, José Mejía Lequerica; y, un año después llegará José Joaquín Olmedo.
Para el 19 de marzo de 1812, la citadas Cortes, promulgan la Constitución de Cádiz, inspirada en la Constitución francesa de 1791.
El 11 de diciembre de 1813, cuando los ejércitos franceses habían sido derrotados y expulsados de la península, Napoleón suscribía el tratado de Valencay con Fernando VII, tratado que repuso a este al trono de España.
Este monarca a su retorno a España en marzo de 1814 no permitió sigan funcionando las Cortes ordinarias, a las que clausuró en forma violenta para asumir él, por sí y ante sí los poderes absolutos hasta finales de 1819.
Durante los seis años de ausencia, Fernando VII, a su retorno, ya no encontró a
la España que había dejado, la ruina moral y material habían sentado sus cuarteles en todo el reino; y por su puesto en las colonias españolas en América. España había madurado y se prestaba a embarcarse en la marcha de la historia; pero su monarca permanecía igual, estático como cuando fue recluido prisionero; suprimió la Carta Magna, para reinstaurar el absolutismo.
Para el año 1821 en  Venezuela y Colombia, se habían ya dado batallas decisivas por la independencia total de la metrópoli; haciéndose necesario por la gravedad de ello que el monarca tratará de enviar tropas para sofocar la revolución americana; es aquí cuando las tropas españolas  listas en Cádiz para ser embarcadas a América (1.820), se sublevan y se niegan abordar viejos barcos comprados a Rusia.
De 1820 a 1823, los sucesos acaecidos en España fueron trascendentales, y de tal forma podemos decir providenciales para la hispano América, púes la situación política de España impedía el envío de auxilio de tropas para contrarrestar las luchas independentistas americanas. La autoridad de Fernando VI menguaba, por lo que se vio obligado a solicitar ayuda militar a  Francia; esta nación envío a la península a los “Cien mil Hijos de San Luis” y este con el  “Ejércitos de la Fe” integrados por absolutistas españoles, restauraron la autoridad del Rey; dándose inicio a una nueva era de despótico y tiránico gobierno.
Las colonias españolas de  América ante la crisis política por la que atravesaba España, especialmente la invasión francesa de la península, no tuvieron mejor pretexto para  dar rienda suelta a sus ideas independentistas que ya largo tiempo la venían acariciando.
Guayaquil, en su 9 de octubre de 1820  hizo brillar su tea libertaria, a la que secundo Cuenca, Loja y otras ciudades de la actual República.
Gestas libertarias que se sucedieron una tras otra, llenas de heroísmo y sacrificio sin par.

Los españoles vencidos abandonaban los Virreinatos, las Reales Audiencias dependientes de estos, y las Capitanías Generales, no sin antes tratar de destrozar la presa, que herida y mal trecha, lucho heroicamente hasta la total liberación del humillante y oprobioso yugo español, al que trescientos años soportó sobre su espalda.
La casi totalidad de los soldados que se enfrentaron en estas gestas libertarias fueron americanos, realistas unos, patriotas otros, lucharon los primeros por la fidelidad jurada a su Rey a Dios y a la patria española; los otros por el anhelo  de libertad.
Los oficiales realistas de alto rango que mandaban los ejércitos españoles en su mayor parte fueron hijos nacidos en su madre patria España; los oficiales patriotas criollos así mismo mayoritariamente nacidos en América, no faltaron oficiales de extranjeras naciones que guiados por un profundo culto a la libertad del ciudadano, y su aversión al tiránico gobierno español, contribuyeron con su vida y persona a la gran gesta libertaria.
 Tampoco faltaron criollos americanos, oficiales y tropas que ofrendaron su vida por España, tal vez llevados por ese juramento solemne que hicieron de defender al Rey.
Debemos tal vez hablar de una guerra civil  hispanoamericana, tendiente a conseguir la independencia, pues los enfrentados en esta guerra fueron tal vez hermanos, hijos de una misma Madre, no fue la guerra de un país enemigo en contra de otro país enemigo, ni de un reino contra otro.
No faltaron los “tránsfugas tardíos”, que pese al juramento de fidelidad al Rey de España; en un momento dado sin importarles el perjurio, se pasaron al bando patriota, viendo ya perdida la causa realista y vislumbrando ya los albores de la libertad.
La verdadera historia los señala con el dedo en las páginas de la ignominia; aunque la historia espuria los consagre como patriotas de última hora, nunca podrán ocupar los peldaños de la gloria que los verdaderos patriotas del albor libertario que creyeron y lucharon por el  sueño de libertad lo ocupan en el empíreo, vigilando aún con su espada fulgurante que estos peldaños nunca sean ocupados por tránsfugas, traidores  y perjuros que ellos acá los conocieron.
Bolívar inmortal, coronado de gloria, comanda como Jefe Supremo, ese ejercito de héroes, de patriotas, y víctimas civiles, que lucharon por el derecho a ser libres de toda opresión injusta y arbitraria.     

No comments:

Post a Comment